viernes, 20 de junio de 2025

Historia de Carúpano Tavera Acosta Cap. 11 & 12

 Historia de Carúpano Tavera Acosta Cap. 11 & 12


 

CAPITULO XI

1828-1835 — La Convención de Ocaña — Ultima Dic-tadura de Bolívar — Asambleas públicas en Carúpano — Disolución de Colombia — Contrarrevolución del ge¬neral Monagas — Cómo terminó — Las autoridades de Ca-rúpano reconocen al Gobierno legal — Alzamiento del comandante Olivier Marcano — El coronel José Manuel Navarro Guevara — La familia de este Procer — Olivier Marcano proclama por jefe al general Bermúdez — Medidas del gobierno provincial — Término de la fac¬ción — Muerte de Olivier Marcano — Muerte del general Bermúdez — Pormenores del suceso — Gobernantes de la provincia.

La Gran Convención de Ocaña, instalada el 9 de abril de 1828, se disuelve el 10 de junio siguiente, en medio de las más hondas divisiones políticas. La separación de veinte de sus miembros, personalistas de Bolívar, bajo la insinuación de éste, en una noche y a una sola voz de marcha, se alejan de Ocaña y privan a la Corporación del quorum reglamentario para continuar sus sesiones.

La mayoría había presentado en oposición al proyecto de los partidarios de Bolívar, otro proyecto de Constitución en el sentido de sofrenar las amplias facultades que acordaba al Presidente de la República. Los miembros de la minoría com-prenden que en la discusión van a quedar vencidos. Entonces resuelven realizar lo que tienen proyectado desde mediados de mayo anterior, es decir, separarse de la Convención, como lo hacen, alejándose de la ciudad, para ir a lanzar el 12 de junio desde el pueblo de La Cruz, un Manifiesto al pueblo de Colombia, tratando de justificar su conducta, achacando la culpa de la disolución del Cuerpo a sus contrarios y denunciándolos, como escribe Castillo Rada al Libertador, a la execración publica.2

El Libertador, no obstante sus reiteradas manifestaciones de no querer continuar en el mando, asume por última vez la Dictadura. Funesto error.

Estos graves acontecimientos tienen, como es natural suponer, honda repercusión en todo el ámbito de la Gran Colombia; y el elemento oficial siguiendo instrucciones, hace entonces levantar donde quiera que tuvo influencia para ello, un acta pidiendo que el Libertador asuma la Dictadura. Y así se repite el procedimiento de las consabidas actas del año anterior.

Carúpano no se queda atrás. Sigue también el ejemplo, como casi todas las poblaciones de Venezuela, y firma el 28 de agosto el acta que le corresponde en el concierto, pronuncián¬dose por la Dictadura de Bolívar con “facultades omnímodas y poderes absolutos”. Y no paran en esto los directores, sino que para ratificar tales declaraciones, celebran otra asamblea Y cosa curiosa: tras todas estas demostraciones de entusiasmo y adhesión por un gobierno autocrático, hasta el extremo de aprobar la supresión de su Municipalidad, al surgir la revolución popular del 26 de noviembre del año siguiente (1829), que separaba a Venezuela del resto de Colombia. Carú¬pano entera, repleta de alborozo, al ver que la revolución la encabeza Páez, entra de lleno en ella, como lo hiciera en 1826, apellidando federación. Vaivenes de la política inspirada en el personalismo.

Se disuelve la gran República, hija del genio del Liber¬tador. Sepárase éste del Poder y se retira a la vida privada, a principios de 1830. Ya muy enfermo, pretende salir para Europa y emprende viaje hacia la costa. Llega a Santa Marta, allí se agravan sus males y no puede continuar. Asístele el doctor Alejandro Próspero Reverend con solícitos cuidados. Todo inútil; la tuberculosis por un lado y por otro las amarguras y desencantos que sufre junto con unos sinapismos de cantárida que le aplican, precipitan la extinción del inmortal Libertador americano, El Sol de Colombia, que dijo en sentida alocución el general Luque, Comandante de Armas de Cartagena.

A la una de la tarde del 17 de diciembre de ese mismo año, rinde Bolívar su espíritu, rodeado de unos pocos de sus edecanes y amigos, dejando tras la estela luminosa de su nombre un reguero de glorias y de pasiones turbulentas. Extinguida esa vida de proezas extraordinarias, tras ella se consolidan en firme Venezuela, Nueva Granada y Ecuador: tres agrupaciones de pueblos venidos a la vida soberana de la nacionalidad, na¬ciendo, puede decirse, del seno mismo de la tristeza de esa tumba, aunque dejando en el surco de cada una —especialmente de la primera— la semilla del personalismo sembrada por su for¬midable creador.

Constitúyese Venezuela prestando a ello su concurso todos los principales elementos del país. Pero he aquí, que de pronto vuelve sobre sus pasos el general José Tadeo Monagas y da el destemplado grito de integridad, alzándose el 15 de enero de 1831 en Aragua de Barcelona, contra la separación de Venezuela.

Ante este nuevo movimiento, los mandatarios de Carú¬pano, no oponen inconveniente. Pero resulta que antes de concluir la revuelta de los Monagas, en virtud de la entrevista de Páez con José Tadeo, el 24 de junio en Valle de La Pascua, ya las mismas autoridades junto con otros individuos de la localidad, por todo treinta y dos personas, se habían reunido en la iglesia el 5 de abril, presidiendo la asamblea el Juez político Nicolás de la Cova, quien a la vez ejerce la Comandancia militar del Cantón, y reconocen buenamente la autoridad del Gobierno. Río Caribe había hecho dos días antes igual declaratoria; Cariaco, el 4; el 7, Cumanacoa, y el 12, Cumaná.

Concluidos esos movimientos en el Oriente de la Repú¬blica, estalla el 29 de noviembre de ese año de 1831, un alzamiento encabezado por el comandante Olivier Marcano, quien se adueña de la población y de cuantos elementos de guerra en ella existen, a los gritos de Viva el general Bermúdez! Fija luego su campamento en San José, dejando en la plaza de Carúpano al coronel José Manuel Navarro Guevara con una escasa guarnición.

José Manuel Navarro Guevara, hijo de Domingo Navarro Vallenilla y de Bárbara de Guevara, nacido en Carúpano el 28 de febrero de 1781, fue bautizado el 4 de marzo de ese año. Casó el 19 de mayo de 1803 con su prima Francisca Lucía Marcano Guevara, hija de Manuel Marcano y de Ana Rafaela Navarro Vallenilla. Empieza sus servicios a la Patria desde el mes de abril de 1810 hallándose en Margarita, donde se le nombra capitán de infantería y comandante militar de la Villa del Norte. En marzo de 1813, sabedor de la toma de Güiria por Mariño, intenta una revolución en Carúpano para adueñarse de la plaza. Se le denuncia y es reducido a prisión. Meses más tarde logra escapar y asilarse en Margarita. Allí continúa sus servicios a las órdenes de Arismendi. En 1814 sale como capitán de la tercera compañía del batallón de margariteños, enviado por Arismendi como auxiliar del ejército patriota al mando del Libertador. Asiste a la desastrosa batalla de Aragua de Barcelona el 17 de agosto, y, derrotado, regresa a Margarita con restos de su compañía. Sigue allí en servicio activo hasta 1816 y llegado el Libertador con su expedición organizada en Los Cayos, asciéndele a Teniente coronel, en mayo de ese año. En poder de los patriotas la isla de Margarita, pide su pasaporte, se dirige a Costa Firme y se incorpora en Cariaco al general Mariño, quien le nombra segundo jefe del batallón Restaurador, a cuyo frente se halla como primer jefe el coronel Agustín Armario. Concurre al sitio de Cumaná puesto por Mariño a principios de enero de 1817.

Pasa con su batallón en auxilio de Bolívar a Barcelona, y en la división del general Bermúdez hace la campaña sobre el Orinoco. Destrozado el ejército al mando del general Zaraza en el sitio de La Hogaza, el 2 de diciembre, se salva en la derrota y logra incorporarse al Liber¬tador. Concurre luego a las campañas de 1818, como jefe del batallón Barlovento. Encuéntrase en las acciones de Calabozo, El Sombrero, Semen y Ortiz. En Calabozo y en Semen resulta herido. Regresa con el Libertador a Angostura y de allí sale con Bermúdez a la toma de Güiria y campaña de la costa de Paria, y con dicho jefe continúa hasta la rendición de Cumaná en 1821. El Libertador desde su cuartel general de Caracas le asciende a coronel en 1827. El año siguiente se le nombra comandante militar de los pueblos del interior de Carúpano. En 1830 desempeña la comandancia militar de Carúpano, en sustitución del comandante Francisco Antonio Carrera. En 1835 es de los Reformistas. En 1846 de los fundadores del Libera¬lismo Venezolano. Falleció en la tierra de su nacimiento.

Hermanos de este Coronel fueron: Pascual nacido en Carúpano y también Procer de la Independencia. Casó en 1808, en la Asunción, con Rafaela Olivier Marcano; Francisca Antonia, con su primo Diego Guevara Navarro; y Juana Josefa, casada el 20 de marzo de 1803 con Francisco José Barceló, hijo de Simón Barceló y de Ana Antonia de la Cova, nativa ésta de Río Caribe. Un hermano de este Francisco José, llamado José Miguel, casó el 13 de marzo de 1805 con Tomasa Marcano Navarro, hermana de Francisca Lucía, la esposa del coronel Navarro Guevara. José Joaquín Marcano contrajo matrimonio con Bárbara Navarro Vallenilla, e Ignacio Marcano, con Cata¬lina de Alcalá, hija de José Miguel de Alcalá Sánchez Ramírez de Arellano y de María Manuela Mejía de la Cova, ambos cuma- neses, Ignacio Marcano Navarro y Catalina de Alcalá contra¬jeron matrimonio en Carúpano el 12 de febrero de 1805. Diego Guevara Navarro, hijo de Marcos de Guevara y de María Isabel Navarro Vallenilla, casó con su prima Francisca Antonia Na¬varro y tuvo los siguientes hijos: José María, quien casó en Ciudad-Bolívar con Francisca Diamante; Diego, con Josefa María Betancourt; y Concepción, con Juan Antonio Marcano Navarro, su primo.

Pascual Navarro empezó sus servicios a la Patria en Margarita, en 1810, junto con su hermano José Manuel, con el grado de subteniente de milicianos y allí continuó hasta 1816, año en que se incorporó al Libertador y marchó con él a Carúpano. En esa ciudad forma en el batallón que logra levantar Bolívar con la juventud patriota de Carúpano y los esclavos de éstos. Con tales tropas y las pocas que pudo mandarle Mariño desde Güiria, sale el Libertador rumbo a Ocumare de la Costa, a llenarse de gloria los carupaneros al mando de Mac Gregor, abandonados ya por el Jefe Supremo en las áridas playas de aquel puerto, para hacer la brillante retirada triunfal que se conoce con el nombre de la Invasión de los seiscientos y llegar heroicamente a Barcelona. Navarro regresa a Margarita y más tarde se incorpora a Mariño, quien le asciende a Capitán. En 1829 ejerce de Juez Político de Carúpano; en 1846, Gober¬nador de la Provincia de Cumaná. Falleció en Río Caribe el 17 de octubre de ese mismo año. De su matrimonio tuvo una hija llamada Josefa María.

Los Navarro Vallenilla, Navarro Guevara, Navarro Mar-cano,Marcano Navarro, Guevara Navarro, Barceló Navarro, Barceló Navarro Marcano, Navarro Méndez, Navarro Cova, Navarro Olivier, Olivier Marcano, Cova Vetancourt, Cova Mar-cano, Silva Cova, Marcano Alcalá, Navarro Salazar, Salazar Marcano, Guerra Alcalá, Guerra Olivier, Guerra Marcano, Gue¬rra Gómez, Guerra Olivieri, Brito Cova, Arismendi Brito, Brito Marcano, Brito Navarro, Brito Salazar, Salazar Manterola, Silva Salazar, Silva Morandi, Silva Belgodere, Orsini Silva, Paván Silva, Betancourt Marcano, Marcano Betancourt, Navarro Ru¬ssian, Russián Navarro, Russián Alcalá, Alcalá Cova, Alcalá Morandi, Alcalá Font, Farias Font, Guerra Betancourt, Salazar Betancourt, Morandi Dautant, Dautant Carrera, Carrera Mayz, Carrera Sucre, Carrera Marth, Font Carrera y muchos otros más, constituyen enlazadas entre sí un soberbio conjunto de familias carupaneras, cuyas ramificaciones al presente son aún más numerosas.

Pero volvamos al movimiento revolucionario de Olivier Marcano.

Al llegar a conocimiento del Gobierno de Cumaná tales ocurrencias, despacha en comisión al Comandante Francisco Antonio Carrera, quien a la sazón es Diputado a la Legislatura provincial. Marcha Carrera acompañado del joven Rafael Be- rrizbeitia Mayz, y obrando activamente se organizan algunas tropas que se ponen a las órdenes del Comandante José Loreto Arismendi, del Pbro. Máximo Pérez Matamoros, que era el Vicario en Carúpano, y del capitán Fabián Prieto. Al saber la gente de Navarro los preparativos que se hacen para caer sobre ellos, se deserta íntegra; y asimismo, el 6 de diciembre, la mayor parte de la que está en Sanj osé a las inmediatas órdenes de Olivier, deja solo a éste. El 7 queda restablecido el orden constitucional en Carúpano, y el comandante Carrera regresa a Cumaná, a donde arriba el 10.

Olivier, que había evacuado la plaza de Sanjosé con los pocos hombres que le quedaron fieles, a la aproximación de las fuerzas del Gobierno, se resuelve a contramarchar y atacar en esa población a dichas tropas, el 27 de diciembre. Efectivamente, embiste y toma el pueblo, derrotando a los soldados gobiernistas, y se proponía seguir activamente la persecución y atacar asi¬mismo la plaza de Carúpano; pero momentos antes de la salida, amotínanse los hombres de Olivier y le dan muerte, así como también al sargento Jerónimo Urbáez, quien había sido su segundo cuando el movimiento del 29 del mes anterior. Olivier procedió en conocimiento de que días antes había muerto en Cumaná su jefe el general Bermúdez.

Fue Bermúdez hijo de Francisco Antonio Bermúdez de Castro y Casanova y de Josefa Antonia Figuera de Cáceres y  Sotillo. Fueron sus abuelos paternos: Bernardo Bermúdez de Castro y María Manuela Casanova, vecinos de Cumaná; y sus abuelos matemos: Pedro Figuera de Cáceres y Alfaro y Agus¬tina Sotillo Verde, vecinos de Barcelona. Nació en Cariaco el 23 de enero de 1782.

Francisco Mejía, en su Biografía de Bermúdez, (Cumaná, 1831) le asigna por cuna el pueblo de Sanjosé, parroquia foránea de Carúpano. Asimismo Bartolomé Milá de la Roca, en su Cronología, (Cumaná, 1845), Felipe Larrazábal, en su Vida de Bolívar, (edición 1883); José Silverio González Varela, en sus Noticias acerca de algunos patriotas nacidos en la antigua Provincia de Cumaná, (Cumaná, 1906); Francisco González Guinán, en su Historia Contemporánea de Venezuela, (Caracas, 1909), y así otros escritores más. Pero la partida de bautismo del general Bermúdez, descubierta por los señores doctor Do¬mingo Badaracco Bermúdez y Pablo Meza, en enero de 1921, dice así:

“Pbro. Dr. Pedro Level, Cura rector de la Iglesia Pa¬rroquial de esta ciudad de Sn. Felipe de Austria, certifico que en un libro de los de mi cargo en que se lleva el asiento de las personas blancas que en ella se bautizan, se encuentra una par¬tida del tenor siguiente:

“En treinta y un días del mes de enero de mil setecientos ochenta y dos años: Yo, el Bachiller Dn. Silverio de Alcalá, Cura rector de la Iglesia Parroquial de San Felipe de Austria, certifico: que bautizó solemnemente, puse óleo y crisma a José Francisco, Párvulo de ocho días, hijo legítimo de Dn. Francisco Antonio Bermúdez y de Doña Josefa Figuera, fueron sus Padrinos, Dn. Francisco Alcalá y Dña. Rosalía Bermúdez, a quienes advertí su obligación y espiritual parentesco; y para que conste lo firmé y de ello doy fé. — Br. Silverio de Alcalá.

“A la letra con la partida original de su contenido, a que me refiero, y a pedimento de parte legítima doy esta a los diez y nueve días del mes de diciembre de mil ochocientos dos años. — Dr. Pedro Level”.

Un hermano mayor de Bermúdez, llamado Francisco José, muerto muy niño, había nacido en Cumaná el 4 de octubre de 1780; y otro, mayor que ambos, fue Bernardo, nacido en San José de Aerocuar, como se ve de la siguiente partida de bautizo:

“En veintidós días del mes de octubre de mil setecientos setenta y ocho años, yo Fray José Sipar, Cura por el Rl. Pa¬tronato de la Iglesia Parroquial de este Pueblo de San Joséf certifico que en ella suplí las ceremonias del bautismo solemne, poniendo Oleo y Chrisma a Bernardo José Jesús Celestino de Sta. Teresa, habiendo sido bautizado el día quince de dicho mes y el mismo día de su nacimiento por pedirlo así la necesidad. H. L. de Dn. Francisco Bermúdez de Castro, natural de Cumaná, y de Dña. Josefa Figuera, de Barcelona la nueva; fueron pa¬drinos Dn. Bernardo Bermúdez de Castro y Dña. Rosalía de Bermúdez, naturales de Cumaná, les advertí su obligación, y para que así conste lo firmé de que doy fé. — Fr. Joséf de Sipar.

Pensamos que en la circunstancia del nacimiento de Ber-nardo en San José, se ha basado la tradición secular para decir indebidamente que el general Bermúdez había visto la luz primera en la indicada población.

El general Bermúdez se distinguió por manera extra-ordinaria como uno de los más ilustres campeones de la Causa patriota, en cuyo servicio ascendió por incuestionables méritos guerreros al grado de General en Jefe de los ejércitos de la República. La violencia de su temperamento agravada por su falta de cultura intelectual y de educación social, en determinadas ocasiones le hizo aparecer tristemente repulsivo. Contrajo ma-trimonio en Cumaná con su sobrina Casimira Guerra de la Vega, en febrero de 1824, y murió sin sucesión, en la misma ciudad, en la noche del 15 de diciembre de 1831. En memoria suya lleva Carúpano el nombre de Distrito Bermúdez. Se le apellidó El Libertador del Libertador y sus restos reposan en el Panteón Nacional.

El general Bermúdez tuvo seis hermanos que fueron: Bernardo, quien casó en El Guapo con Rita Herrera Benítez, quedándole tres hijas, que se llamaron Gertrudis, Rita y Amalia y falleció fusilado por Zerbériz en Yaguaraparo, en 1813; Francisco José, muerto en la niñez; Ascención, casada con el doctor Andrés Level de Goda y cuyos hijos fueron: Quintina, Andrés Eusebio, Pacomio y Leonardo; Josefa Manuela, esposa 

de José Antonio Guerra Ramírez, Rosalía, quien contrajo ma-trimonio con Manuel José Rodríguez; y María la O, con Andrés Sotillo Verde.

Deudos del general Bermúdez fueron también el Ledo. Juan Crisóstomo Bermúdez de Castro y Rodríguez, y su hermano Bernardo, hijos de Juan Bermúdez de Castro y Guillén de Arjona y de María Francisca Rodríguez Parejo. Bernardo casó con Bárbara Luces de Guevara, y su hijo Juan Crisóstomo Bermúdez Luces con Atanasia Sanda Mariño, hija de José María Sanda y de Concepción Mariño Carrige, hermana del general Santiago Mariño. Los padres de estos Mariño Carrige fueron: el español Santiago Mariño de Acuña y Atanasia Carrige Ortega, margariteña. Carrige era el primitivo apellido, modificado luego por Garrí.         '

Además de Juan Crisóstomo y de Bernardo, fueron también hijos de Juan Bermúdez de Castro y Guillén de Arjona y de María Francisca Rodríguez Parejo, Agustín, Josefa Anto¬nia, casada con el doctor José Gervasio Rodríguez de Astorga y Carrera Casanova, Leonor, Manuela y María.

No sorprendió su trágico fin a quienes conocieron el temperamento irascible y violento del guerrero formidable, no modificado en manera alguna ni por indicaciones de cultura intelectual y social, de que carecía, no obstante ser miembro de ilustre y distinguida familia, ni por las circunstancias de altí¬sima prominencia política y militar a que le llevaron su asombroso valor personal y sus indiscutibles ejecutorias de luchador por la independencia de la Patria. Antes bien, su escasez de dotes mentales se agravó en los últimos tiempos rindiendo tributo a númenes etílicos, a tal punto que bajo sus tremendas influen¬cias, infundía miedo por donde quiera que pasaba; y los diso- ciadores, que nunca faltan, completaron la obra.

Informáronle que un hijo de Jaime Mayz, llamado Pedro Lucas, había intentado demanda contra él por haberse intro¬ducido en su hogar la noche del 14 de diciembre, profiriendo, enfurecido, improperios y amenazas no sólo contra el coronel Francisco Javier Mayz, hermano de Jaime sino también contra el comandante Francisco Antonio Carrera, a quien buscaba para foetearlo, juzgándole el instigador de Pedro Lucas; contra Rafael Berrizbeitia; contra la señora madre de éste, ausente a la sazón, y hasta contra el Gobernador de la Provincia y contra el Comandante de Armas de la plaza. No era cierta la especie. Carrera, al tener conocimiento de lo ocurrido en la referida noche, puso demanda ante el Alcalde 29Municipal contra Juan José Guerra, primo hermano de la esposa de Bermúdez, por la falsedad de algunos informes suministrados referentes a que Carrera había dicho que si Olivier se había alzado en Carúpano fue debido a una carta de Bermúdez alentándolo a ello. La demanda intentada por Carrera ocurrió el 15 en la mañana. El Alcalde aplazó el asunto para el día siguiente.

Para ese día se encontraba Bermúdez en una comida que le daba a bordo de su buque el capitán de navio José María García.

 

Regresó en la noche y se le informó de la consabida demanda. Acto seguido y con su impetuosidad característica, foete en mano y dando voces destempladas, penetró por segunda vez en el hogar de Mayz, el cual se hallaba situado frente a la casa de Bermúdez. Llegó solicitando a Carrera para vejarlo, a sabiendas de que éste residía allí. Pero Carrera al oír los gritos y amenazas del colérico Bermúdez, abandonó su aposento, en donde se encuentra de visita conversando con él el joven Rafael Berrizbeitia. Bermúdez, sin reflexionar que estaba violando una vez más aquella morada, dirigióse al cuarto que ocupaba Carrera, cruzó el patio y al llegar al umbral de la puerta lo detuvo un pistoletazo que le dejó cadáver. Berrizbeitia tomando una de las pistolas de Carrera la disparó contra él, que marchaba en evidente actitud hostil.

Siguióse inmediatamente el proceso judicial, el cual fue sustanciado por todos los trámites legales, sentenciando la Corte, a donde se ocurrió en apelación, el 22 de noviembre de 1832, absolviendo a Carrera de toda culpa y pena y condenando a Berrizbeitia a sufrir cinco años de confinación en la ciudad de Maracaibo. La Corte, cuya residencia era Caracas, estaba compuesta por el Ledo. José de España, y los abogados Vicente del Castillo, José de Sistiaga, F. Paúl, Tomás José Sanabria y Félix María Alfonzo, actuando como Secretario Luis Morales. Juan José Conde, curador de Berrizbeitia, asesorado por el abogado doctor Pedro Quintero, solicitó de dicha Corte en 7 de marzo de 1833, se fijara la capital de la República en vez de Maracaibo, el lugar de confinamiento o algún punto del extranjero. La Corte accedió y resolvió que se cumpliera la sentencia en Caracas. Pero ésta no llegó a cumplirse, debido a la misteriosa muerte que se dio al desgraciado joven. La tra¬dición popular afirmó que embarcado éste para La Guaira o Puerto Cabello fue arrojado vivo al mar, donde pereció.

Corre publicada en el número 383 de El Nuevo Diario, periódico caraqueño, correspondiente al 24 de enero de 1914, una relación sobre la muerte del general Bermúdez, de la cual recortamos lo siguiente:

“...sustanciada la causa en el principio del año 1832, que fue seguida por todos sus trámites, Berrizbeitia fue condena¬do a diez años de prisión en el castillo Libertador. Fue allí donde se representó la tragedia que puso fin a la vida del infortunado Berrizbeitia... Mandaban en Puerto Cabello, en 1832, como jefes militares el general Francisco Carabaño y Comandante del Apostadero José María García. El primero cumanés y el segundo margariteño; éstos como varios de los militares supe¬riores que dominaban la nación sin excluir al General en Jefe José Antonio Páez, su Presidente, se consideraban ofendidos en su condición de Libertadores, por la sentencia de Berriz¬beitia, que había asesinado a uno de sus conmilitones. Sin entrar en pormenores que a nada conducirían, se excitó en su prisión al desventurado e inexperto joven a que ejecutase su huida, exigiéndosele una suma de treinta onzas de oro, las que él solicitó de su hermano en Cumaná y que entregó al que. creía su salvador. Un patrón de embarcación pescadora del puerto nombrado Pedro Pablo Domínguez, fue el escogido adrede con dos compañeros más de su confianza, para recibir al pie de una de las murallas del Castillo al preso, a quien debían sacrificar 

mar afuera, creyendo él, según convenio, que lo conducirían a Curazao; los ejecutores cumplieron el atroz mandato y las ondas y la noche presenciaron en el golfo de Puerto Cabello la agonía de Berrizbeitia, recibiendo después su salario los sicarios, que obraron por orden de encumbrados jefes que llevaron a cabo una cruel y cobarde venganza”.

Pero resulta que Berrizbeitia, según el auto de la Corte librado a principios de marzo de 1833, accediendo a la petición del curador Toro, se encontraba para esa fecha en Caracas, dedicado al estudio de las matemáticas, en cuyo ejercicio se adquieren las luces necesarias, como es de esperarse, y podrá ser útil a la sociedad. Y continúa el misterio de su desaparición.

Cerramos el presente Capítulo con una nómina de los Gobernantes que tuvo la Provincia, desde 1825 hasta diez años más tarde.

1825-1826      José Francisco Bermúdez.

1827    José Félix Blanco.

1827-1828      Santiago Mariño.

1828-1829      Bartolomé Salom.

1829-1830      José Francisco Bermúdez.

1830-1831      Diego de Vallenilla.

1831    José Francisco Bermúdez.

1831-1832      Antonio José Sotillo.

1832-1833      Eduardo Stopford.

1833    José María Rodríguez.

1834-1835      Eduardo Stopford.

 

CAPITULO XII

1835-1836 — Traición del batallón Anzoátegui en Cara¬cas — Revolución de Las Reformas — Prisión y depor¬tación del Presidente y Vicepresidente de la República — Jefes de la Revolución — Sus causas — Comentarios — Juicios del historiador González Guinán — Incremento de la Revolución — Hechos de armas — Carúpano se pronuncia por las Reformas — Contrapronunciamiento — El general Francisco Esteban Gómez — El Vicario Pérez Matamoros — El Comandante Llamosas — Marcha el coronel Garujo hacia el Oriente — Derrota a Llamosas en Cariaco — Derrota a Gómez en Carúpano — Regresa al Centro de la República — Gómez ocupa de nuevo a Carúpano — Rasgos biográficos de Garujo — Fracaso de la Revolución — Odiosas disposiciones punitivas del Gobier¬no — Desórdenes en los pueblos del interior de Carúpano — Muerte del reformista Ignacio Brito Sánchez — Triunfo de la impunidad.

En la noche del 7 al 8 de julio de 1835, acontece en Caracas la sublevación del batallón Anzoátegui, cuyos jefes Pedro Marturel y Narciso Gonell, quedan desconocidos a los gritos de muera el Gobierno!

Este movimiento cuartelado lo aprovechan los descon¬tentos con la elección del doctor José Vargas para Presidente de la República, si acaso no hubiesen sido ellos mismos los  impulsores. Por allí empieza la revolución que se conoce con el nombre de Las Reformas-, primer movimiento vindicativo contra los procederes de los hombres del Poder Público, que impusieron al virtuoso doctor Vargas en la primera magistratura. Comienzan los revolucionarios derribándole de la Presidencia y asimismo al Vicepresidente doctor Andrés Narvarte, a quienes toca ser los primeros en sufrir las consecuencias de la voluntad de Páez.

Los descontentos se lanzan a la guerra esperanzados con las promesas que éste les hiciera de reformar ciertos puntos de la Constitución y aclamándole por jefe. Vargas y Narvarte son embarcados en La Guaira el 10, en la goleta, Aurora; pero antes de salir para el destierro, tiene Vargas oportunidad de nombrar al general Páez Comandante del Ejército nacional.

Al hablar de estos asuntos aseguran casi todos los historiadores patrios, que el coronel Garujo al reducir a prisión al doctor Vargas, dijo a éste: el mundo es de los valientes, a lo que aquél contestó: el mundo es del hombre justo. Y tal vez debido a su indiscutible valor personal, ha venido desde entonces, después de muerto Garujo, corriendo el tropo como una verdad histórica; siendo, no obstante, de llamar la atención a cualquier observador sin prejuicio, que no parece concebible que una persona del talento, de la ilustración y demás condiciones de Garujo haya podido expresar tales palabras. Además: es muy de tenerse en cuenta que tanto por su cuna, cuanto por su familia y sus servicios a la causa de la Independencia —apagados insistentemente por la ignorancia o por las con¬veniencias políticas— ese republicano consciente, adversario de los gobiernos absolutistas, ha sido terriblemente vilipendiado.

Bien comprendía Vargas que al aceptar Páez tal nom-bramiento, sería el fracaso de la revolución. Y aquí ocurre preguntar: ¿tiene Vargas noticia de que Páez es el aclamado como jefe por los revolucionarios? ¿Obedece tal disposición a un fermento de consecuencia hacia el caudillo cuya voluntad lo llevó a la Presidencia? ¿O es la crítica situación del momento la que le impone hacer tal designación?

Sábese que Páez, frío ya en sus relaciones con Vargas, después de pocos meses de encargado éste de la Presidencia, desagradado, se ausenta de Caracas para una de sus posesiones, so pretexto de ir a descansar de las faenas de la administración pública; y que luego, ante la aclamación general que le señala como jefe de la revolución y el nombramiento que acaba de recibir, olvidándose de sus promesas, en virtud de las cuales gran número de los fundadores de la Patria, se han lanzado ya a la guerra, no vacila en aceptar la Comandancia en jefe, quizás pensando en que fácilmente dominaría la rebelión.

Por tal circunstancia viene el célebre Libertador de Orien¬te, general Santiago Mariño, a ocupar el puesto señalado a Páez. Acompañan a Mariño, entre mil más, el general Pedro Briceño Méndez, sobrino político del Libertador, el general Diego Ibarra, el general Justo Briceño, general Francisco Carabaño, general José Laurencio Silva, sobrino político del Libertador, el general Francisco de Paula Alcántara, general Renato Beluche, coroneles, Juan Landaeta, Andrés Ibarra, José María García, etc., todos proceres beneméritos de la Emancipación. Forman, además, otros muchos proceres civiles y personas de reconocida impor¬tancia política, moral, social e intelectual, en las filas de esa revolución. No son unos vagabundos ni menos unos ambiciosos, como arbitrariamente los ha calificado la generalidad de los escritores de historia o de asuntos históricos.

Entre los principales directores aparece también el coronel Pedro Garujo, nombrado Comandante de las Armas, quien a poco vendría a ser el alma y nervio de los sucesos, batiéndose por donde quiera que las contingencias de la guerra lo llevan, porque muchos jefes importantes, después que vieron que Páez no entraba en el movimiento, dejaron solos a quienes tuvieron más vergüenza para seguir combatiendo. Tal para entonces la influencia incontrastable del héroe de Carabobo.

En el transcurso de ocho meses esa revolución, que no tenía conexión alguna en el país, conmueve, no obstante, hon¬damente el territorio nacional, dado el prestigio que tiene en todas partes. Es una revolución eminentemente popular, y desde el golfo de Paria hasta el lago de Maracaibo, a pesar de no haber sido Páez el jefe, por donde quiera se pide reforma y se grita federación. Y es popular por varias causas, entre ellas, las infracciones de la ley de elecciones en algunos can¬tones, al designarse a los Representantes (que en el Congreso próximo vendrían a dar votos por el candidato de Páez); la  imposición de un civil por sobre la natural aspiración de los militares, quienes habían a esfuerzos de incontables heroicos sacrificios, cristalizado la nacionalidad venezolana; y a la firme creencia, en fin, de que Páez es el jefe director, confiados los guerreros y civiles de la Independencia en las promesas que antes les hiciera y que consideraron leales.

En el proceso electoral de 1834 se viola en algunos puntos la ley de elecciones, a fin de conseguir mayor número de votos para amigos del Gobierno. La eterna historia. Sin contar a Vargas, hay en ese año cuatro meritísimos candidatos a la Presidencia de la República: Mariño, Soublette, Salom y Urba¬ne ja. La opinión se comparte entre ellos, señalándose especial¬mente por las de los dos primeros nombrados, quienes, como se sabe, son padres de la Patria, como los otros dos. Las de Urbaneja y de Salom se apagan prontamente al saberse las corrientes que impelen la candidatura del doctor Vargas. Así la de Soublette sigue más fácilmente el mismo destino. La de Vargas se apoya en una fuerte agrupación de comerciantes, agricultores y políticos, que bien se comprende pertenecen al número de los amigos del Presidente Páez. En servicios hechos a la Patria y en merecimientos consiguientes ¿cómo equiparar al doctor José María Vargas ni con Mariño, ni con Soublette, ni con Salom, ni con Urbaneja?

El nombre de Vargas nada en realidad dice en los fastos de la epopeya americana. Al declararse la guerra de Indepen¬dencia en Venezuela, se ausenta del país, rumbo a Europa y Norte América, yendo luego a residenciarse en Puerto Rico, colonia española, donde se queda tranquilamente ejerciendo su noble profesión de médico, sin tomar ninguna participación en los asuntos políticos relacionados con la Patria. De allá regresa a Venezuela a fines de 1825, cuando ya está consumada gloriosa¬mente la emancipación nacional. No puede, pues, en justicia, conceptuarse de popular su candidatura; pero Páez la apoya y todos piensan que eso solamente es suficiente. Pero con todo, hay necesidad para sacarla a flote, de que el Congreso practique tres sucesivos escrutinios.

No es popular, como se dijo, la candidatura del sabio médico; pero Páez, quien viene de hecho gobernando el país desde 1823, para ese año de 1834 se desentiende del candidato de sus simpatías, Soublette, y firmemente se resuelve por la del virtuoso ciudadano civil. No es difícil calcular entonces el entusiasmo con que trabajan luego los políticos, agricultores y comerciantes amigos del general Páez. A esto dice justicie¬ramente el historiador González Guinán, en la página 339, tomo II, de su Historia Contemporánea de Venezuela, que "el segundo Presidente de Venezuela no debía ser un ciudadano Civil, sino un ciudadano militar, porque el militarismo venezolano estaba constituido por una falange de hombres muy notables por sus servicios, inteligentes y virtuosos. Ese militarismo se creía, y con razón, el fundador de la Patria...” y luego con¬tinúa: “Equivocando las épocas, se fijaron en el distinguidísimo doctor Vargas, y levantaron su nombre en las alas de un entu¬siasmo ardiente”. (Página 340). Y más adelante (página 409) asegura que “propiamente hablando, los reformistas de 1835 no constituyeron el partido militar de Venezuela, sino una frac¬ción ávida de mando y lucro que no vaciló, impulsada por sus locas ambiciones, en sacudir el recién construido edificio de la República”.

Avidos de mando y lucro y llenos de locas ambiciones! Y así, con tal afirmación exhibe el historiador mencionado a la par del autor de la Biografía del Dr. Vargas. Su carencia de espíritu filosófico para juzgar a los hombres y a los hechos de 1835.

¿Qué se propuso el general Páez con hacer elegir al honrado ciudadano civil, cuando hasta éste estaba rehacio a aceptar el encargo? Si lo hizo pensando en que hubiera podido manejarlo como se maneja a un maniquí, sufrió una gran decepción, porque el ilustre sabio no se prestó a ello, como diez años más tarde tampoco José Tadeo Monagas.

Pero lo curioso del autor que acaba de citarse es cuando asegura que “hubo muchos militares que pidieron al general Páez su directa intervención en el proceso eleccionario, fundán¬dose en la extravagante teoría de los hombres nuevos, le pidieron su apoyo a la candidatura del doctor Vargas; pero aunque el Presidente (Páez) tenía fe en sus propias creencias y en las eminentes cualidades del general Soublette, veía en el doctor Vargas una figura que se levantaba entre el brillo de sus pro¬pias grandes virtudes y el resplandor del ardiente entusiasmo militar, y optó por presenciar la contienda en actitud discreta, prestando a todos los ciudadanos el apoyo de ley”. (Pag. 340).

Cualquiera diría al leer esto, que el historiador, enca¬necido en los resortes de la política venezolana, ignora cómo se han manejado en todo tiempo en el país tales asuntos electorales. Y el mismo Páez en su Autobiografía dice que “no era de extrañar que él (Páez) sin negar a Soublette sus títulos, diera la preferencia al esclarecido ciudadano contra quien ni militares ni civiles, podían presentar argumentos para conside¬rarle indigno de regir la política venezolana”.

Tal escritor, a la par de los demás que se han ocupado acerca de la revolución de Las Reformas, no trae ni una nota de crítica filosófica, antes bien, como colocándose regresiva¬mente en aquellos días, aparece más bien como un adversario francamente hostil de los Proceres reformistas.

Es enorme el número de los Padres de la Patria que actuaron en esa revolución, así como el de ciudadanos eminentes que sirvieron a la Gran Colombia. A continuación se da una nómina de los principales, siendo de advertir que otros muchos quedaron rezagados en atención a la actitud de Páez y que asimismo no constan en dicha nómina ni la mayor parte de los Proceres Civiles, ni otra cantidad igual de Proceres Militares, quienes para entonces no eran sino simples tenientes o sub¬tenientes. Los que van señalados con asterisco depusieron la actitud revolucionaria ante las insinuaciones de Páez, y los que llevan dos asteriscos, se acogieron a sus banderas.

•Francisco de Paula Alcántara, Francisco Arismendi, Vicente Andara, José Alcalá, José Gabriel Alcalá, José Miguel Alcalá, José Trinidad Arria, Antonio Acosta, Juan José Acosta, Manuel Arévalo, José María Aguilera, Lorenzo Alvarez, José María Albornoz, Pedro Alcázar, Francisco Alvarado, **Pedro Alcina, Juan Armas, José Manuel Armas, Juan Albornoz, Fe¬lipe Acosta, Vicente Alzuru, Nicolás Anzola, Isidro Ascanio, Toribio Ayestarán, Carlos G. Asthon.

Pedro Briceño Méndez, Renato Beluche, Sebastián Bogier, Justo Briceño, Pedro Betancourt, José Miguel Bonalde, Antonio José Betancourt, Miguel Borrás, José Boada, José Leonardo Brito Cova, José Nicolás Brito Cova, Juan Manuel Brito Cova, Ignacio Brito Sánchez, Domingo Bruzual de Beaumont, Bernardo Bermúdez de Castro, Bernardo Bermúdez Luces, José Butrón, Manuel Bravo, Cecilio Bravo, José Manuel Bello, José M. Berrizbeitia, Francisco Barradas, *Juan Francisco Balbuena, José Antonio Berberán, Tomás Bolívar, Blas Bruzual.

Francisco Carabaño, ♦ Francisco Conde, Manuel Cala, Pedro Garujo, Guillermo Corser, Cruz Carrillo, Carlos Castelli, José Nicolás Cova, José Leonardo Centeno, Dionisio Centeno, **Ramón Centeno, **Carlos Centeno, Estanislao Castañeda, Pablo Conde, José Cázares, *Luis Calderón, José Antonio Cala, José Canino, *Luis Castillo, Vicente Castillo, Benito Castillo, Basilio Castillo, **Fernando Carvajal, Agustín Coll, Ramón Coll, José Manuel Cázares, Fermín Carreño, Cayetano Carreño, Diego Antonio Caballero, ** Tomás Caballero, Santiago Capdeviela, Manuel Vicente Casas, Manuel Camacho, Francisco Cordero, Angel María Caraballo, Rafael Calzadilla, Ramón Castro, Julián Castro, Juan Clark.

Antonio Díaz, Miguel Díaz, Francisco Domínguez, José Inés Domínguez, Juan Manuel Durán.      .

Walterio Chitty, Matías Ecuté, José Antonio Estrada, Santiago España, *José Escola, Manuel Esteves, Pedro Espi¬nosa, J. Francisco Echeto, Sebastián Esponda, Plácido Escalante.

Bernardo Flex, Francisco María Faría, Juan N. Fer¬nández, Salvador Flores, Rafael Flores, José Flores, Jacinto Flores, Cristóbal Fermín, José Anastasio Fermín, Buenaven¬tura Freites.

Rafael de Guevara, Vicente Guevara, José Vicente Gue¬vara, José Godoy, Mateo Guerra Olivier, Nicolás Guerra, Jacinto Guerra, Francisco Guerra, Juan José Guerra, Vicente Guerra, Pedro Manuel Guerra, *José Rafael Guerra, Andrés Guerra Olivier, Manuel María Guevara, Antonio Guevara, *José Gon¬zález, Juan González, Luis González, *José de la Guerra, José  María García, Manuel Goitía, Santos Gáspari, José Silverio González, Ramón Gómez Sotillo, Jacinto Gutiérrez, José Carmen Guevara, Manuel Gil, Rufino González.

Bernardo Herrera, Ramón Herrera, *Ramón Hernández, Juan Hernández, Juan Bautista Hernández, José Hernández, Ramón Hernández Chávez, Pedro María Hurtado.

Diego Ibarra, Andrés Ibarra, Juan José Illas, José Ma¬nuel Illas, Ciríaco Iriarte, Manuel Isava Alcalá, Ramón Irazábal.

Florencio Jiménez, Jesús Jiménez, Lorenzo Jiménez, José L. Jiménez, Pablo Hilario Jiménez, Benito Jimeno.

Juan Landaeta, José Antonio López, *Luis López, An¬tonio G. Lyon, Ramón Landa, Hilario Lara, José Félix Lovera, Marcos Landaeta, Víctor Lugo, José Luis Lucena.

Santiago Mariño, José Tadeo Monagas, José Gregorio Monagas, Gerardo Monagas, Francisco José Monagas, Juan de Dios Manzaneque, *Ramón Machado, Florencio Meleán, *Juan de Dios Monzón, Luis Molinar, Francisco Molinar, José Molinar, Juan Molinar, Nicolás Machuca, Juan Bautista Margoy, *José Antonio Mujica, Pedro Moratto, Francisco Mejía, Vicente Mar¬tínez, Andrés Martínez Mayobre, Francisco Antonio Maestre, Ramón Martiarena, Feliciano Monteverde, Antonio Mármol, José Mármol, Diego Malavé, Manuel Felipe Marcano, Jesús An¬tonio Maestre, Manuel Micel, Francisco Micel, Fermín Muñoz, Cristóbal Marín, Tomás Mora, Diego Mercado, Bartolomé Mon¬zón, Jesús María Marín, José Antonio Marín, Marcelino Medina, José Miguel Machado, *Pedro Muguerza, *José María Muguerza, Pedro Mares, José María Meló, Luis Meaño, ** Mariano Antonio Mayo, Francisco Montes, * Francisco Javier Moreno.

José Manuel Navarro Guevara, Pascual Navarro Guevara, Pedro Navarro, Erigido Natera, Carlos Olivier Marcano, Carlos María Ortega, Jaime Olivero, José Olivier Marcano, ** Manuel Ortiz, Basilio Ocanto, José Ramón Osti, José María Otero Guerra, Juan José Otero Guerra, Pedro María Otero, Blas Ospino, Pedro Obregón.

José María Pelgrón, Rafael Picazo, Trinidad Portoca- rrero, Salustiano Plaza, León Prada, Joaquín Prada, José María Ponce, Carlos Padrón, Silvestre Peña, Vicente Parra, *José Fabián Prieto, Diego Padilla, Pedro José Padrón, **José An¬tonio Pérez, Antonio Parada, Carlos Antonio Pérez, Miguel Pérez, Pedro Pablo Pérez, José María Prado, José María Pasos, Juan Luis Pérez Orosco, Casildo Pérez, Juan José Quintero, Manuel Quintero Arráiz, Federico Quintero, Cosme Quintero, Anizeto Quintana.

Francisco Rodríguez de Toro, Francisco Rojas, Pedro Rojas, Juan Bautista Rodríguez, Domingo Román, **Francisco Rivas, Pedro Rodríguez, José Raffetti, Francisco Rivero, Cruz Rodríguez, Luis Romero, *Juan Romero, Víctor Romero, Manuel Rodríguez, Ignacio Romero, Patricio Rubio, José María Rodrí¬guez, José Miguel Ramírez, José Antonio Ramos, José Rauseo, Estanislao Rendón, Pedro Manuel Riera, *José Ignacio Roo, ♦Agustín Rodríguez, Agustín Ramos, José Antonio Rincón, Luis Felipe Rodríguez, Raimundo Rendón Sarmiento.

♦José Laurencio Silva, José Jerónimo Sucre, José María Sucre, Ramón Silva, José de la Cruz Sequera, Juan Antonio Sotillo, Miguel Sotillo, Manuel Vicente Segarra, Claudio San Vicente, ** Justo Silva, Cayetano Solano, Ramón Soto, Ramón Sánchez, Tomás Sánchez, Guillermo Stuard, Sabino Saltron, José C. Swain, Antonio José Sotillo, José Joaquín Silva, Pan- taleón Suárez, Víctor Silva Alvarez, Antonio Seijas, Antolín Salazar, José Miguel Sabino, Felipe Sabino, *José Sánchez Mayz.

♦♦Joaquín Tellechea, *Manuel Tinoco, Jerónimo Tinoco, Manuel Trujillo, Miguel Torres, Joaquín Torres, Julián Torres, José Antonio Torres, Celestino Toledo, Santiago Torrealba, Juan Uslar, Gabino Urbáez, José Urra, *José María Urdaneta. — Manuel Valdez, ** Vicente Vidllegas, Diego Vallenilla, Jesús María Vallenilla, **José de Jesús Vallenilla, Mateo Vallenilla, Manuel Valverde, Antonio Virla, José Antonio Vivenes, Miguel Vigas, Luis Villalobos, Agustin Villacinda, Felipe Velásquez, Ramón Vera, Casimiro Yepes, Pedro Zerpa.

En las circunstancias que quedan anotadas páginas antes, surge Vargas en la Presidencia de la República, el 9 de febrero de 1835, para a poco renunciarla reiteradas veces, hasta que en 24 de mayo del año siguiente se la aceptan, después de haber sido promulgados los decretos de degradación, de muerte, de expulsión y de confinamiento, dictados contra tantos libertadores y fundadores de la Patria!

En el transcurso de la guerra se combate en muchos puntos, señaladamente en los siguientes: Río Chico, el l9 de setiembre; Cariaco, el 20 de setiembre; Carúpano, el 5 de octubre; Urica, el 8; Juana de Avila, el 24; Nagua-nagua, el 27; Valencia, el 28; Guaparo, el 29; y Paso Real, el 25 de diciembre.

Carúpano se pronuncia por las Reformas el 20 de julio, pidiendo federación. En ese día se reune una asamblea de vecinos bajo la presidencia de Justo Silva, quien desempeña la jefatura política del Cantón. En esa reunión se aclama al general Mariño para Presidente del Estado de Oriente. Asi¬mismo son reconocidos el general Manuel Valdés, Comandante de la Provincia, como Jefe Superior de ella; el general José Rafael de Guevara como Jefe de Operaciones del litoral hasta Güiria; y el coronel José Manuel Navarro Guevara como Co¬mandante militar del Cantón.

Mientras esto acontece en Carúpano, ya ha tenido efecto el pronunciamiento de San Juan de Maracapana, el 16. El 21 ocurre el de Cumaná, reuniéndose en ese día un extraordinario plebiscito, del cual resulta un acta que suscribe la casi totalidad de los elementos más valiosos que encierra en su seno la heroica ciudad. Al igual de los de Carúpano, se pronuncian por la Federación. Es en ese año cuando por vez primera en comu¬nicaciones oficiales se usa el lema de Dios y Federación.

A la asamblea que se reúne en Carúpano concurren mu¬chos padres de familia y militares de la guarnición. Están pre¬sentes: Justo y Ramón Silva, el coronel Navarro Guevara, su hermano Pascual, el general Guevara, Carlos Olivier Marcano, Mateo Guerra Olivier, José Leonardo Centeno, José Raffetti, Silvestre Peña, Antonio y Juan José Acosta, José Leonardo y Juan Manuel Brito Cova, Luis Molinar, Andrés Guevara Olivier, Jacinto y Pedro Manuel Guerra, José Olivier Marcano, Luis López, Celestino Toledo, Juan Bautista Hernández, José González, Víctor y Luis Romero, Manuel Felipe Marcano, José María y José Antonio Marín, Angel María Caraballo, Feliciano Monteverde, Anizeto Quintana, Claudio San Vicente, Juan Gon¬zález, Francisco Barradas, Diego Padilla, José Carmen García, Pedro Espinosa, Francisco Rivera, Juan B. Margoy, Vicente Guerra, José Anastasio Fermín y otros más, todos servidores de la Independencia o de la Gran Colombia.

Los reformistas allegan prontamente hombres y orga¬nizan un cuerpo de cerca de cuatrocientas plazas, de los cuales salen unos doscientos al mando de los comandantes Guerra Oli¬vier y de Centeno sobre la costa de Paria. En esa fuerza marcha como Comisario de guerra Justo Silva y como oficiales van algunos jóvenes distinguidos de la sociedad carupanera, tales los Brito Cova, los Olivier, Andrés Guevara e Ignacio Brito Sánchez.

No obstante todos los esfuerzos hechos en Irapa, Soro y Güiria por José Miguel Alcalá, José Miguel Bonalde, Jerónimo Tinoco, Pedro Pablo Pérez y algunos más, para hacer pronunciar esos pueblos por las Reformas, nada logran. Antes bien, el 26 de agosto se reafirman en su decisión los vecinos de Güiria, quienes ya en conocimiento de que no es Páez el jefe de la revolución, levantan al efecto un acta que firman José Jesús Martínez, Domingo Mayz, Juan Cipriani, Gervasio Núñez, José Eduardo Figueroa, Pedro B. Iro; Juan B. Leonor, Juan Giova- netti, Federico Larrend, Pedro Cerfé y otros. La firme actitud de esos paecistas entusiastas, obliga a los de Carúpano a enviar sobre ellos la mitad de la fuerza organizada allí, a las órdenes de los mencionados Guerra Olivier y Centeno.

Parece que los de Carúpano como que se pronunciaron muy de las primeras, porque a poco y bajo la dirección del general  Valdés, quien llega acompañado de su secretario el coronel Francisco Mejía, se contrapronuncian el 6 de setiembre siguiente, reconociendo al Gobierno Nacional. Acaso Valdés, impuesto como está de que muchos de los comprometidos se han ido con Páez, quiso salvar a los compañeros carupaneros. Haciendo alarde de generosos y humanitarios sentimientos Páez trata bondadosamente a quienes ya están en armas por las regiones de Aragua. Y a esto hay que añadir que las autoridades de Margarita permanecen fíeles al Gobierno constitucional. Por otra parte también influiría en el ánimo de Valdés los consejos del Pbro. Juan Bautista Molinar, quien le impone de que tanto el Vicario Pérez Matamoros como el comandante Julián Llamo- sas se mueven en combinación sobre los revolucionarios de Carúpano. El caso es que después de hecho el contrapronuncia¬miento, Valdés se embarca para Margarita. Pero antes de ausentarse despacha a su secretario con pliegos para Guerra Olivier y Centeno participándoles lo ocurrido, para que procedan en consecuencia. Mejía llega en la noche del mismo 6 a Río Caribe, de donde no han pasado todavía los revolucionarios sobre Güiria. Al saberse las nuevas que les lleva Mejía y que trascienden inmediatamente, sobreviene el desastre: las tropas se dispersan buscando cada quien como mejor ampararse. Regresa a Carúpano la mayor parte, otros pocos se quedan en el propio Río Caribe y algunos se refugian en Margarita, entre ellos Guerra Olivier; y después... persecuciones, vejá¬menes, cárceles, proscripciones para casi todos, después que los hombres del Gobierno ocupan a Carúpano.

El mismo día «n que ocurre la dispersión de las tropas reformistas, algunos vecinos presididos por Próspero Flores, levantan un acta reconociendo y acatando las instituciones vigentes. Y no proceden contra los que allí se quedaron. En cambio, el general Valdés y asimismo el general Guevara, distin-guidísimos servidores de la Independencia, al llegar a Margarita son reducidos a prisión y remitidos acto seguido a la orden del Gobierno Nacional, bajo la vigilancia del coronel Miguel Arismendi, quien los presenta en Caracas el 16 del mismo mes de setiembre.

Al saberse en esa isla los sucesos del 6, el general Francisco Esteban Gómez, nombrado jefe del ala izquierda del ejército constitucional, sale de Pampatar inmediatamente a pose¬sionarse de Carúpano, disponiendo al mismo tiempo que el comandante Francisco Antonio Carrera desembarque por Sau¬cedo con parte de la fuerza, para continuar la marcha por tierra, mientras él, Gómez, seguiría por mar hasta el puerto, como lo verificaron.

Al llegar todas estas ocurrencias a noticia de los refor¬mistas, a la sazón en Barlovento el coronel Garujo, victorioso en Río Chico el l9 de setiembre, marcha rápidamente hacia las regiones orientales; llega a Cumaná; allí organiza una combinación sobre Carúpano; sigue marcha; el 20 derrota a Llamosas en Cariaco y el 5 de octubre siguiente entra a Carú¬pano a fuego y sangre, y derrota al general Francisco Esteban Gómez.

Cuando las autoridades de Margarita supieron la llegada de Garujo a Cumaná, lo avisaron oportunamente a Gómez. Este con los elementos de guerra de que dispone, se prepara lo mejor que puede, dispuesto a sostener la plaza a todo trance. El día anterior había despachado la goleta Zaeta, al mando del capitán Dautant9y tres flecheras, a cruzar y vigilar las aguas de Saucedo y La Esmeralda, situadas a sotavento de Carúpano. En la tarde del mismo día se encuentran esos buques con los de los reformistas, que habían salido de Cumaná obedeciendo a la operación militar de Garujo. Trábase el combate frente a la ensenada de La Esmeralda y al caer la noche se ven en la necesidad de retirarse la goleta y las flecheras; pero en vez de regresar al puerto de Carúpano hacen rumbo a Margarita, de donde se hallan más cercanos.

Canijo, entre tanto, acercándose a la plaza marcha rápi-damente por tierra, de manera que a las cinco de la mañana del 5 de octubre sorprende a Gómez, rompiéndole los fuegos por tierra y por mar. Garujo ataca al frente de quinientos hombres, sin contar con los de las dotaciones de las cinco flecheras que están armadas con cañones. Gómez con sus seiscientos soldados se defiende vigorosamente por cuatro horas seguidas. Atacado bravamente por todas partes, a las nueve de la mañana ocupa Garujo la plaza tras sangrienta brega. Sobre el campo de batalla quedan tendidos de los reformistas, más de doscientos muertos y resultan heridos más de cien, entre éstos los comandantes José de Jesús Vallenilla y Juan José Guerra. De las fuerzas de Gómez quedan unos ciento cincuenta en el campo.

El jefe del ala izquierda del Ejército del Gobierno, logra escapar y llegar a Río Caribe; pero no se detiene en esa población. Encarga del mando de las pocas tropas que le quedan al vicario Pérez Matamoros, al coronel Ramón Pérez y al coman¬dante Carrera, con instrucciones de aumentarlas en el más breve tiempo posible; y esa misma noche del 5 se embarca para Margarita.

Esa acción de armas es la más sangrienta que registra la historia de Carúpano, en el siglo XIX. Al arribar Gómez a Pampatar, encuentra allí la escua¬drilla del Gobierno compuesta de las goletas Puerto Cabello, Amazona, Voladora y Esperanza y también la Zaeta y las tres flecheras, que habían sido rechazadas por la flotilla reformista. Inmediatamente organiza una expedición para recuperar a Carú¬pano, y el día 9 sale con tal fin sobre Río Caribe. Los jefes a quienes dejara en ese puerto, cumplen sus instrucciones y resuelve entonces un plan de ataque sobre la plaza ocupada por Garujo. Carrera marcharía por los pueblos del interior de Carúpano a entrar por la parte Sur de la ciudad; el Vicario y el coronel Pérez, por el Este, es decir, por el camino de Puerto Santo y Macarapana; y el general Gómez, con la escuadra atacaría por el frente o sea por el puerto.

Para el día 12 ocupa Gómez de nuevo a Carúpano sin disparar un tiro, porque sabedor Garujo de los graves descala¬bros de la revolución en el centro y occidente de la República y no encontrándose en aptitud de resistir con probabilidades de éxito la extraordinaria combinación estratégica del general Gómez, evacúa la plaza el 11, sale por tierra para Cumaná, sigue luego a Barcelona y de allí pasa a Puerto Cabello llevando un fuerte contingente de tropas con que seguir luchando, lleno de valor y de constancia, contra el mismo general Páez en persona.

¿Pero quién es este osado e intrépido coronel Garujo?

Véase cómo pintan los historiadores de la Vieja Escuela la figura de ese militar, que derramó su sangre por la indepen¬dencia de su patria:

Dice Restrepo: “Garujo había sido Oficial de la escuela de Boves”.12

Dice Posada Gutiérrez: “Pedro Garujo, venezolano, que había sido militar realista”.13

Repite Felipe Larrazabal: “Debo decir aquí para dar a conocer bien a Garujo, que había sido Oficial español de la escuela de Boves”.14

Afirma Ramón Azpurúa: “El venezolano Pedro Garujo, Oficial subalterno al servicio realista en la lucha magna”.15

Amplía González Guinán:

“Garujo, resto del salvajismo español... Pedro Garujo fue un oficial que sirvió bajo las banderas españolas. Terminada la guerra de la independencia quiso alistarse entre los republi¬canos y halló fácil acogida en el Club de los exaltados que reconocían por Jefe al General Santander. No tenía ilustración, pero era despierto de ingenio. Era bien apersonado y tenía tendencias a la superioridad. Sin principios sanos en el corazón, estaba dispuesto por todos los medios a llegar al logro de sus propósitos. Amaba el delito y no era cobarde, sino antes bien arrojado, circunstancia que le hacía temible. Hombre sin con¬ciencia peleaba en estas filas y en aquellas otras. Ya lo hemos visto asaltando la casa del Libertador, acuchillando la Guardia, baldando a Ibarra, matando a Ferguson y huyendo luego a ocultar sus nefandos crímenes.

De allí sale cuando ya la magna¬nimidad de Bolívar había suspendido la cuchilla de la Ley, a denunciar a sus propios compañeros. Desterrado y sin derechos de ciudadanía, osa acudir al Congreso de Venezuela en 1830 haciendo una larga teoría en favor de lo que llama el tiranicidio, y el Dr. Peña propone que no se considere la representación   de “ese hombre cuyo nombre no pronuncio por temor de equi¬vocarme”. Andan los tiempos y cuando el militarismo cree que le arrebatan sus fueros clama por reformas constitucionales y revuelve el lodo de las revoluciones armadas en 1835, y surge Garujo, como las algas del fondo de los turbulentos mares, a insultar la patria con la prisión de Vargas, aquel Presidente hombre de bien. Y más luego cuando el servicio de la malhadada revolución lo lanza fuera de Caracas, va a Cumaná, va a Puerto Cabello, ataca a la ciudad de Valencia; derrótanlo aquí, hiérenle y aprisiónanlo más allá; y cuando el Juez, severo representante de la ley, lo hace conducir al templo de la magistratura, libre de prisiones, y le hace cargo diciéndole:

—Se os jzizga por conspirador; aquel reo implacable como el exterminio y sombrío como el delito, responde:

Así me llaman: si triunfo, me llamarían héroe!".

Véanse ahora a continuación unos rasgos biográficos de este compatriota, que rectifican las pinceladas de brocha gorda que sobre la figura de ese liberal republicano han prodigado muchos escritores del país, inclusive algunos que se dicen repu¬blicanos y liberales.

Nació Pedro Garujo en Barcelona, en 1802. Fueron sus padres José Garujo y Juana Hernández, calificada ésta y sus hermanas entre las mujeres más notables de la Independencia nacional en las regiones orientales. La madre de Garujo era hermana de Petronila Hernández, madre del general José An¬tonio Anzoátegui, y por consiguiente Garujo primo de éste.

Perdida la revolución en 1814 se vieron obligadas las familias patriotas a emigrar de Barcelona. Juana de Garujo, ya viuda, y sus hijos se asilaron en Margarita, donde permane¬cieron hasta 1820, año en que regresaron a la ciudad del Neverí.

Por la parte masculina de la familia Hernández, su larga parentela estuvo compuesta de servidores y de mártires de la causa patriota. Fueron hermanos de Garujo, Francisco, Paula y Cristina Garujo. Francisco casó con Feliciana Alvarez, Paula, con Gabriel Planchart y en segundas nupcias con Isidro Alvarez, deudo de Feliciana, y Cristina, con el teniente coronel Francisco Torres, de los oficiales de la Gran Colombia en el ejército que de orden del Libertador se organizó en 1824 y marchó al mando del coronel José Gregorio Monagas. Todos ellos eran nativos de Barcelona. El comandante Isidro Alvarez había sido hecho prisionero de los realistas en 1817 y conducido a las mazmorras de la Habana y luego a las de Ceuta, de donde alcanzó su libertad en 1834, con motivo del indulto de los presos políticos dado al subir al trono de España Isabel II.

De distinguida posición social, como que estaba Garujo emparentado con gran número de las más honorables familias patriotas de la localidad. Empieza sus primeros servicios mili¬tares en la causa de la Independencia desde muy temprana edad, como aspirante en el batallón Orinoco, a las órdenes del general José Francisco Bermúdez, cuando la campaña emprendida en 1821 desde Oriente sobre la capital de la República. El joven Garujo en el transcurso de esa campaña se hace notar por su inteligencia y varonil arrojo, como lo hace constar el Jefe del Estado Mayor expedicionario en el parte de las operaciones.18

Asimismo, en 1823, cuando la toma de Maracaibo por el general Manuel Manrique, siendo subteniente del mismo batallón. En esa acción de armas recibe Garujo una herida y aquel jefe en el parte oficial menciona con elogio su nombre entre los de los oficiales que por su bizarría se distinguieron en la jomada.19

Después pasa a Bogotá a servir como Oficial en el Estado Mayor General con el grado de Capitán, de manera que todos sus servicios militares hasta el triunfo de la República, fueron hechos en el seno de la causa patriota.

“De ilustración poco común en aquellas épocas, sabía muy bien el francés y el inglés y era conocido como hábil matemático; debió poseer también notables conocimientos en ciencia militar, o por lo menos así lo sugiere el hecho de haber sido nombrado Director de la Escuela Militar que se había proyectado fundar en Bogotá”.20Cuanto por la circunstancia de que el general Córdova, el héroe de Ayacucho, con ser tres años mayor en edad, recibía de él lecciones de geometría,21 de francés y de inglés.22

Persona culta y de agradable presencia, delgado de cuerpo, de color blanco pálido, ojos garzos y de escaso bigote rubio. Su estatura: cinco pies y una pulgada.23Pulcro en el vestir, andaba siempre de guantes. Fácil para concebir y rápido para ejecutar. Hombre de acción y de gran valor personal, por sus servicios militares, por su condición de venezolano y por sus brillantes aptitudes intelectuales, al regresar Bolívar del Perú en 1826 para venir a Venezuela, le deja en el Estado Mayor General como Ayudante y luego le asciende al grado de Primer Comandante de infantería.

Disuelta dos años más tarde la Convención de Ocaña y echado el Libertador-Presidente en la senda de su más tre¬menda dictadura. Garujo, joven de veintiséis años, impetuoso, honrado en sus ideas, trama en unión de otros jóvenes, la desesperada conjuración de la noche del 25 de setiembre, para arrebatar el poder al inmortal Bolívar, para apartar de cual¬quier manera al hombre que para esos años aparece ejerciendo una insoportable tiranía, que rompe la Constitución que juró inviolable por diez años; que disuelve la famosa Convención, indignado ante la impotencia a que le reduce la mayoría de los convencionales. Y ya en ejercicio de la Dictadura, declara la guerra al Gobierno del Perú; se alía con el Clero; restablece los conventos de religiosos; declara religión oficial del Estado la Católica, Apostólica y Romana; nombra para miembro del Consejo de Gobierno al Arzobispo de Bogotá; restablece las Vicarías y Capellanías en el ejército; prohíbe el matrimonio a los militares sin orden expresa del Gobierno; decreta el levanta-miento de un ejército de cuarenta mil hombres. Y no para allí, sino que va hasta resucitar odiosas leyes de la Colonia inade¬cuadas ya en los dominios de la República, por cuyo triunfo se habían consumado tantos sacrificios de todo género en el transcurso de catorce años; que impone una contribución pecu¬niaria a los indígenas; qué restringe la instrucción popular y establece que en los Conventos se hagan estudios superiores. Y va más lejos aún suprimiendo las Municipalidades, persi¬guiendo a la Masonería y a las sociedades secretas y ahogando, en fin, la libertad de imprenta... 

Aquí es de advertir que desde que empiezan a conocerse las tendencias de los hombres del gobierno, los que aparecen como adversarios de ellas —tanto de dentro como de fuera del círculo oficial— y quienes reconocen por jefe al general San¬tander, comienzan a prepararse con el fin de contrarrestar en lo posible tal estado de cosas. Al efecto, corriendo el mes de junio, el inteligente coronel Ramón N. Guerra, Jefe de Estado Mayor y joven de veintisiete años, junto con Garujo, el doctor Agustín Horment y el joven Wenceslao Zuláibar, se constituyen en Junta de Observación. Esta Junta procede con gran cautela y discreción a encauzar la opinión y a allegar partidarios. Así las cosas, tienen noticias los directores de la expresada Junta de que uno de los militares, el capitán Benedicto Triana, ha sido reducido a prisión y hecho algunas declaraciones. Esto sucede a las cinco y media de la tarde del 25 de setiembre. Tal información hace creer a Garujo y a los demás confabulados que se hallan descubiertos, y violentamente proceden, en deter¬minación aconsejada por la inminencia de un gran peligro para ellos, a asaltar el Palacio donde esa noche duerme el Libertador, completamente ignorante de lo que iba a suceder y a quien acompaña en esos momentos su amiga predilecta Manuelita Sáenz, por hallarse él quebrantado en su salud.

Garujo es el alma de la conjuración, que se trama contra la persona del Libertador a las siete de la noche. Le acompañan

algunos jóvenes miembros de la Sociedad Filosófica, entre ellos el inexperto Pedro Celestino Azuero, de veinte años de edad, catedrático de filosofía del Colegio de San Bartolomé, Floren¬tino González, de veintitrés años, catedrático de Legislación en la Universidad; el doctor Ezequiel Rojas, de veintiún años, Luis Vargas Tejada, Zuláibar, Miguel Acevedo, Emigdio Briceño, etc. También van el impertérrito Horment y dos piquetes de soldados de Artillería. Ocupado el Palacio por los conjurados, de once y media a doce de esa noche, después de muertos los centinelas, el Libertador logra salvarse arrojándose por una ventana y va a ocultarse en los barrancones del río San Agustín. Garujo de un pistoletazo mata al coronel Ferguson, edecán de Bolívar, quien venía en cumplimiento de su deber al lado de su glorioso jefe. Andrés Ibarra, otro edecán, resulta herido. Azuero recibe un sablazo al acometer valientemente a la guardia de prevención, a la que rinde Garujo. Este, fracasado el criminal propósito, bajo el aprecio y protección de su amigo Fray Tomás Sánchez Mora, se esconde en el convento de Dominicos de la ciudad.25

Aprisionados casi todos los conjurados asaltantes y hasta muchos que nada sabían del atentado, sino simplemente por no ser simpatizadores con los procedimientos dictatoriales, ni aplau¬dir los hechos irritantes de los militares en servicio, son juzgados breve y sumariamente por un tribunal especial nombrado al efecto, que reemplaza a los del Consejo de Guerra compuesto por los generales Rafael Urdaneta, Córdova, París y Ortega y los abogados Joaquín Pareja, Francisco Pereira, José Alfonzo, Ma¬nuel Alvarez y José Joaquín Gori.26Pero Urdaneta es Ministro de Guerra y debe conocer de las sentencias que dicte tal Consejo. Bolívar designa entonces a Córdova para que interinamente se encargue del Ministerio, mientras Urdaneta queda nombrado Comandante general del Departamento y es entonces cuando se designa el tribunal especial para conocer de las causas de los conspiradores. Urdaneta lo preside y se compone del coronel Tomás Barriga y Brito, del mencionado doctor Pareja, como auditor, y Mateo Belmonte, de secretario. Este inexorable tribunal, bajo la directa inspiración de Urdaneta, procede con terrible celeridad a tomar sumarísimas declaraciones y en varios casos, sin prueba alguna respecto de los sucesos de la noche del 25, a dictar horribles sentencias de degradación y de muerte, tales como las que se estampan contra el Almirante Padilla, víctima propiciatoria y perfectamente ignorante de la conju¬ración, y contra el coronel Guerra, ambos eminentes servidores de la Independencia de Colombia. Ni Guerra, ni Padilla y menos Santander ninguna participación puede en justicia acha¬cárseles en los asuntos verificados en esa noche. Sus respectivas sentencias son sólo fruto de las pasiones en efervescencia, escudadas arteramente en disposiciones de la ley arbitrariamente impuestas.

Ciertamente, Garujo, y todos los militares en servicio que tomaron participación en los hechos ocurridos en esa noche, bien merecen la punición correspondiente, pero de ninguna manera el vengativo deseo de aplicarles la extrema, porque además de que nadie tiene derecho de arrebatarle la existencia a un ser humano, la misma ley establecía otras penas. Y la paz imperaba en el país y por sobre todo eso, cuando ya dejaban mucho que desear los procedimientos antirepublicanos de los hombres del Gobierno.

El 30 de setiembre, cinco días después de haber abortado la criminal conjura, son fusilados: Horment, Zuláibar, Galindo, Rudecindo Silva e Ignacio López; el 2 de octubre son conducidos al patíbulo vestidos de gran uniforme, el almirante Padilla y el coronel Guerra, se les degrada en la plaza pública, se les fusila e inmediatamente, para colmo de horror, se ahorcan sus cadá¬veres   a semejanza de lo que hicieron los realistas en Nueva Granada en 1816, cuando fueron ahorcados los cadáveres de los eminentes patriotas mártires Camilo Torres, Manuel Rodríguez Torices y Custodio García Rovira. El 14 del mismo mes son pasados por las armas: Azuero, Juan Inestrosa, Fernando Díaz, Isidoro Vargas, Francisco Flores, Calasancio Ramos, y Miguel La Cuesta. Total: 14, siendo de fijar la atención, que todos, inclusive el último soldado, murieron desplegando un valor estoico y no arrepintiéndose del atentado. Y así iba el inútil derrama¬miento de sangre, hasta que, al fin, ante la consternación social y hondo general desagrado, Bolívar se ve precisado a detener la dolorosa extinción de vidas, contra la cual reclama Garujo desde su escondite en representación dirigida al Libertador- Presidente. 81

Ofrécese entonces a Garujo salvoconducto si se presenta y declara cuanto sepa referente a la conspiración, con el adita¬mento de que su vida sería respetada. Garujo se presenta después de haber recibido el pase, y acto seguido queda detenido de orden de Urdaneta y aprisionado y engrillado. Pero no lo abandona un momento la entereza de su carácter. Declara en distintas audiencias de aquel terrible tribunal cuanto sabe a los particulares que se le piden. La indagación, si así pueden llamarse las argucias tendientes a ver de lograr que aparezca comprometido el general Santander, fracasa en su empeño. Garujo dice cuanto sabe y cuanto ha hecho. Asume la responsa¬bilidad del atentado de esa noche, no lo excusa y en sus declara¬ciones se refiere a Horment, Zuláibar y Guerra, quienes ya estaban muertos y enterrados. No consta en las actas del proceso que hubiese denunciado a sus compañeros. El tribunal en su impotencia, o mejor dicho, Urdaneta, se conforma con 

no sentenciarlo a muerte sino a degradación y expulsión; pero se le mantiene preso. Después de varios meses sale de Nueva Granada y se le encierra en el castillo de Puerto Cabello, donde permanece hasta 1830. En ese año representa ante el Congreso Constituyente de Venezuela, quien le pone en libertad, le reintegra en sus grados militares y en el pleno goce de sus derechos civiles y políticos. Llega a Caracas y publica un folleto sobre asuntos de índole histérico-política. Después pasa a Río-Hacha. Allí en unión del gobernador Antonio Cataño trama una revolu¬ción, a principios de octubre, contra el Gobierno usurpador y dictatorial que preside Urdaneta, empezando por declarar incorporada transitoriamente la provincia granadina al territorio venezolano. En plebiscito celebrado el 3 es aclamado y recono¬cido como Coronel jefe de las tropas que se han organizado. A poco sale en campaña al frente de unos mil hombres a com¬batir en la Uagira al entonces coronel José Félix Blanco, el famoso Vicario de Ejército en 1817, y ahora uno de los soste¬nedores del Gobierno de Urdaneta.

De regreso a Maracaibo, contrae matrimonio el 24 de enero de 1831, con Petronila Vale Miyares, de distinguida familia zuliana. Vuelto el coronel Garujo a Caracas, en ese mismo año, da a la publicidad otro folleto de la misma índole que el anterior. Tres años más tarde funda allí El Republicano, perió dico en cuyas columnas ataca rudamente la candidatura oficial del doctor José María Vargas, cuyo nombre en realidad nada dice en los fastos de la epopeya emancipadora; pero a quien por su saber y aquilatadas virtudes, y pensando acaso que bien podría manejarlo a sus deseos, impone el general Páez en la Presidencia de la República.

Adversarios de las dictaduras, de los personalismos y de las imposiciones del Poder, Garujo, cuando la cuartelada del 8 de julio de 1835, aprovecha la traición del batallón Anzoátegui y derroca en unión de otros el Gobierno impuesto por el general José Antonio Páez. Después, desamparado por muchos de los comprometidos en el movimiento revolucionario —que fácil¬mente se acogían a la voz de Páez— las circunstancias le obligan a ser cabeza y nervio de la guerra, para ir a batirse en casi todos los combates que se libran en ese año, y caer luego, vencido, prisionero y con el pecho destrozado por el plomo enemigo, en la acción de Paso Real, el 25 de diciembre, contra el mismo Páez.

Conducido a Valencia, en donde se le abre juicio judicial, se le condena a muerte, más que por los hechos que se le imputan, por efervescencia pasional... pero la muerte, más caritativa a veces que la justicia de los hombres, antes de que la crueldad del fallo legal se cumpliese, con un beso de paz cierra los ojos al vencido para siempre, en la noche del 31 de enero de 1836. Tanto en el proceso de ese año cuanto en el de 1828, él mismo había hecho su defensa ante los jueces que le sentenciaron. Ambos procesos existen: uno en Bogotá, el otro en Valencia. Es de lamentarse que aún no se hayan publicado.

Muerto Garujo, ninguno de nuestros historiadores se ha ocupado en verificar la veracidad de cuanto se ha dicho y escrito sobre su actuación, y se han contentado, por considerarlo más cómodo, copiarse automáticamente los unos a los otros hasta los días que corren. Asimismo tampoco los miembros de su distinguida familia se han preocupado ni poco ni mucho por presentar en su verdadera fisonomía social, intelectual, política y militar al procer coronel Garujo.

He allí un hombre, cuya escabrosa vida de treinta y tres años, fue constante exhibición de ecuanimidad de carácter, atri-bución del espíritu humano tan olvidado en nuestros tiempos. En aras de sus convicciones republicanas jugó la vida en 1828 contra el formidable poder dictatorial del Gran Libertador; en 1830 contra el Gobierno de la Dictadura de Urdaneta; y en 1836 rindió la vida en lucha contra otro poder no menos for¬midable, el de Páez, árbitro de los destinos de Venezuela desde 1823... Pero reanudemos el relato de los sucesos. Vol¬viendo al general Manuel Valdés, después que fue aprisionado en Margarita, se le embarcó para las mazmorras de La Guaira, se le degradó y finalmente se le desterró, saliendo para el ostracismo.

Pacificado el país y consumados los terribles decretos de degradaciones, confinamientos, expulsiones y de pena capital, salieron del territorio patrio no sólo Valdés sino gran número de quienes tomaron armas en el movimiento reformista. Pero desde luego se afianzó más y más en ellos el firme propósito de continuar haciendo la contraria a Páez, cuyas omnímodas influencias ponían y quitaban Presidentes en Venezuela.

Así, en nuestro concepto, son los reformistas quienes constituyeron el núcleo en cuyo seno vino desde entonces incu-bándose un partido de oposición, que empezó a condensar cinco años después, sin pensar para nada en ir a ventilar el triunfo de sus ideales en los campos de batalla. Ese partido, que se denominó liberal, encontró en los cantones de Carúpano, Río Caribe y Güiria, grande oposición, porque eran intensos el entu¬siasmo y la afección que entre la mayor parte de la clase directora de sus moradores despertaba el nombre del Ciudadano Esclarecido... 

Antes de proseguir debemos hacer mención de un acon-tecimiento que perturbó hondamente la ciudad y pueblos del interior, en 1836.

Con motivo del asesinato del Procer de la Independencia teniente coronel Ignacio Brito Sánchez, que había sido de los reformistas, se siguió juicio criminal a los que aparecían com-plicados, entre ellos, a Carlos Zapata, quien se hallaba preso en Carúpano. El hecho delictuoso había ocurrido en El Rincón, y Zapata y los otros indiciados habían sido de los que habían apoyado al Gobierno contra los Reformistas. El proceso seguía su curso en el seno de la Ley, hasta que el 20 de junio de aquel año se aparecieron por las afueras de la población más de quinientas personas reunidas entre los vecinos de El Rincón, Pilar, Tunapuí, etc., encabezados por el famoso Vicario Pérez Matamoros, por el comandante Luis López y por José Manterola, quienes habían sido actores decididos en favor del Gobierno, a las órdenes del general Francisco Esteban Gómez.

Amotinado este concurso de hombres, reclamó de las autoridades de Carúpano la libertad de Zapata, acompañando la petición con serias amenazas de hacerlo por la fuerza si no son complacidos. Ante la gravedad de la situación y en vista de que en la plaza no existe guarnición alguna, el Jefe político José Nicolás Salazar Vetancourt, acompañado del Cuerpo Municipal y de algunas otras personas importantes, entre ellas el coronel José Loreto Arismendi, conferencian con quienes presiden el movimiento y acceden a lo que quieren, a fin de evitar mayores calamidades, reservándose consultar con las autoridades supe¬riores el insólito caso. Y queda en libertad el reo.55Zapata goza del cariño del general Páez, de quien en la acción de Paso Real contra Garujo, el León de Apure calificó de heroica su conducta.

Antes de proseguir, publicamos a continuación una nó¬mina de los sacerdotes que ejercieron funciones en Carúpano, a contar desde 1800 hasta 1867.

1800-1804 — Maestro Juan Francisco Lozano.

1804-1809 — José Vicente Gómez.

José María Márquez, en 1805.

1809-1815 — Domingo Vásquez, Mariano de Oriach.

1815    — Manuel Ortiz.

1815-1816 — Juan Bautista Molinar.36

1817-1819 — Juan Manuel Alvarez Egido.

1819-1821 — Santiago Ramón Respaldiza.

1821-1853 — Juan Bautista Molinar.

1853-1854 — Pedro José Magne, francés, Juan de Figueras.

1854-1862 — José Facendini.

1863-1867 — Manuel M. Loaiza, José María Arroyo, Próspero de Aurquía, José Facendini, Salo-món Bermádez, Juan de Figueras.

Imágenes tomadas por: Pedro Alcázares. 

Digitalización del libro: Pedro Alcázares