Historia de Carúpano Tavera Acosta Cap. 11 & 12
CAPITULO XI
1828-1835
— La Convención de Ocaña — Ultima Dic-tadura de Bolívar — Asambleas públicas en
Carúpano — Disolución de Colombia — Contrarrevolución del ge¬neral Monagas —
Cómo terminó — Las autoridades de Ca-rúpano reconocen al Gobierno legal —
Alzamiento del comandante Olivier Marcano — El coronel José Manuel Navarro
Guevara — La familia de este Procer — Olivier Marcano proclama por jefe al
general Bermúdez — Medidas del gobierno provincial — Término de la fac¬ción —
Muerte de Olivier Marcano — Muerte del general Bermúdez — Pormenores del suceso
— Gobernantes de la provincia.
La
Gran Convención de Ocaña, instalada el 9 de abril de 1828, se disuelve el 10 de
junio siguiente, en medio de las más hondas divisiones políticas. La separación
de veinte de sus miembros, personalistas de Bolívar, bajo la insinuación de éste,
en una noche y a una sola voz de marcha, se alejan de Ocaña y privan a la
Corporación del quorum reglamentario para continuar sus sesiones.
La
mayoría había presentado en oposición al proyecto de los partidarios de
Bolívar, otro proyecto de Constitución en el sentido de sofrenar las amplias
facultades que acordaba al Presidente de la República. Los miembros de la
minoría com-prenden que en la discusión van a quedar vencidos. Entonces
resuelven realizar lo que tienen proyectado desde mediados de mayo anterior, es
decir, separarse de la Convención, como lo hacen, alejándose de la ciudad, para
ir a lanzar el 12 de junio desde el pueblo de La Cruz, un Manifiesto al pueblo
de Colombia, tratando de justificar su conducta, achacando la culpa de la
disolución del Cuerpo a sus contrarios y denunciándolos, como escribe Castillo
Rada al Libertador, a la execración publica.2
El
Libertador, no obstante sus reiteradas manifestaciones de no querer continuar
en el mando, asume por última vez la Dictadura. Funesto error.
Estos
graves acontecimientos tienen, como es natural suponer, honda repercusión en
todo el ámbito de la Gran Colombia; y el elemento oficial siguiendo
instrucciones, hace entonces levantar donde quiera que tuvo influencia para
ello, un acta pidiendo que el Libertador asuma la Dictadura. Y así se repite el
procedimiento de las consabidas actas del año anterior.
Carúpano
no se queda atrás. Sigue también el ejemplo, como casi todas las poblaciones de
Venezuela, y firma el 28 de agosto el acta que le corresponde en el concierto,
pronuncián¬dose por la Dictadura de Bolívar con “facultades omnímodas y poderes
absolutos”. Y no paran en esto los directores, sino que para ratificar tales
declaraciones, celebran otra asamblea Y cosa curiosa: tras todas estas
demostraciones de entusiasmo y adhesión por un gobierno autocrático, hasta el
extremo de aprobar la supresión de su Municipalidad, al surgir la revolución
popular del 26 de noviembre del año siguiente (1829), que separaba a Venezuela
del resto de Colombia. Carú¬pano entera, repleta de alborozo, al ver que la
revolución la encabeza Páez, entra de lleno en ella, como lo hiciera en 1826,
apellidando federación. Vaivenes de la política inspirada en el personalismo.
Se
disuelve la gran República, hija del genio del Liber¬tador. Sepárase éste del
Poder y se retira a la vida privada, a principios de 1830. Ya muy enfermo,
pretende salir para Europa y emprende viaje hacia la costa. Llega a Santa
Marta, allí se agravan sus males y no puede continuar. Asístele el doctor Alejandro
Próspero Reverend con solícitos cuidados. Todo inútil; la tuberculosis por un
lado y por otro las amarguras y desencantos que sufre junto con unos sinapismos
de cantárida que le aplican, precipitan la extinción del inmortal Libertador
americano, El Sol de Colombia, que dijo en sentida alocución el general Luque,
Comandante de Armas de Cartagena.
A
la una de la tarde del 17 de diciembre de ese mismo año, rinde Bolívar su
espíritu, rodeado de unos pocos de sus edecanes y amigos, dejando tras la
estela luminosa de su nombre un reguero de glorias y de pasiones turbulentas.
Extinguida esa vida de proezas extraordinarias, tras ella se consolidan en
firme Venezuela, Nueva Granada y Ecuador: tres agrupaciones de pueblos venidos
a la vida soberana de la nacionalidad, na¬ciendo, puede decirse, del seno mismo
de la tristeza de esa tumba, aunque dejando en el surco de cada una
—especialmente de la primera— la semilla del personalismo sembrada por su
for¬midable creador.
Constitúyese
Venezuela prestando a ello su concurso todos los principales elementos del
país. Pero he aquí, que de pronto vuelve sobre sus pasos el general José Tadeo
Monagas y da el destemplado grito de integridad, alzándose el 15 de enero de
1831 en Aragua de Barcelona, contra la separación de Venezuela.
Ante
este nuevo movimiento, los mandatarios de Carú¬pano, no oponen inconveniente.
Pero resulta que antes de concluir la revuelta de los Monagas, en virtud de la
entrevista de Páez con José Tadeo, el 24 de junio en Valle de La Pascua, ya las
mismas autoridades junto con otros individuos de la localidad, por todo treinta
y dos personas, se habían reunido en la iglesia el 5 de abril, presidiendo la
asamblea el Juez político Nicolás de la Cova, quien a la vez ejerce la
Comandancia militar del Cantón, y reconocen buenamente la autoridad del
Gobierno. Río Caribe había hecho dos días antes igual declaratoria; Cariaco, el
4; el 7, Cumanacoa, y el 12, Cumaná.
Concluidos
esos movimientos en el Oriente de la Repú¬blica, estalla el 29 de noviembre de
ese año de 1831, un alzamiento encabezado por el comandante Olivier Marcano,
quien se adueña de la población y de cuantos elementos de guerra en ella
existen, a los gritos de Viva el general Bermúdez! Fija luego su campamento en
San José, dejando en la plaza de Carúpano al coronel José Manuel Navarro
Guevara con una escasa guarnición.
José
Manuel Navarro Guevara, hijo de Domingo Navarro Vallenilla y de Bárbara de
Guevara, nacido en Carúpano el 28 de febrero de 1781, fue bautizado el 4 de
marzo de ese año. Casó el 19 de mayo de 1803 con su prima Francisca Lucía
Marcano Guevara, hija de Manuel Marcano y de Ana Rafaela Navarro Vallenilla.
Empieza sus servicios a la Patria desde el mes de abril de 1810 hallándose en
Margarita, donde se le nombra capitán de infantería y comandante militar de la
Villa del Norte. En marzo de 1813, sabedor de la toma de Güiria por Mariño,
intenta una revolución en Carúpano para adueñarse de la plaza. Se le denuncia y
es reducido a prisión. Meses más tarde logra escapar y asilarse en Margarita. Allí
continúa sus servicios a las órdenes de Arismendi. En 1814 sale como capitán de
la tercera compañía del batallón de margariteños, enviado por Arismendi como
auxiliar del ejército patriota al mando del Libertador. Asiste a la desastrosa
batalla de Aragua de Barcelona el 17 de agosto, y, derrotado, regresa a
Margarita con restos de su compañía. Sigue allí en servicio activo hasta 1816 y
llegado el Libertador con su expedición organizada en Los Cayos, asciéndele a
Teniente coronel, en mayo de ese año. En poder de los patriotas la isla de
Margarita, pide su pasaporte, se dirige a Costa Firme y se incorpora en Cariaco
al general Mariño, quien le nombra segundo jefe del batallón Restaurador, a
cuyo frente se halla como primer jefe el coronel Agustín Armario. Concurre al
sitio de Cumaná puesto por Mariño a principios de enero de 1817.
Pasa
con su batallón en auxilio de Bolívar a Barcelona, y en la división del general
Bermúdez hace la campaña sobre el Orinoco. Destrozado el ejército al mando del
general Zaraza en el sitio de La Hogaza, el 2 de diciembre, se salva en la
derrota y logra incorporarse al Liber¬tador. Concurre luego a las campañas de
1818, como jefe del batallón Barlovento. Encuéntrase en las acciones de
Calabozo, El Sombrero, Semen y Ortiz. En Calabozo y en Semen resulta herido.
Regresa con el Libertador a Angostura y de allí sale con Bermúdez a la toma de
Güiria y campaña de la costa de Paria, y con dicho jefe continúa hasta la
rendición de Cumaná en 1821. El Libertador desde su cuartel general de Caracas
le asciende a coronel en 1827. El año siguiente se le nombra comandante militar
de los pueblos del interior de Carúpano. En 1830 desempeña la comandancia
militar de Carúpano, en sustitución del comandante Francisco Antonio Carrera.
En 1835 es de los Reformistas. En 1846 de los fundadores del Libera¬lismo
Venezolano. Falleció en la tierra de su nacimiento.
Hermanos
de este Coronel fueron: Pascual nacido en Carúpano y también Procer de la
Independencia. Casó en 1808, en la Asunción, con Rafaela Olivier Marcano;
Francisca Antonia, con su primo Diego Guevara Navarro; y Juana Josefa, casada
el 20 de marzo de 1803 con Francisco José Barceló, hijo de Simón Barceló y de
Ana Antonia de la Cova, nativa ésta de Río Caribe. Un hermano de este Francisco
José, llamado José Miguel, casó el 13 de marzo de 1805 con Tomasa Marcano Navarro,
hermana de Francisca Lucía, la esposa del coronel Navarro Guevara. José Joaquín
Marcano contrajo matrimonio con Bárbara Navarro Vallenilla, e Ignacio Marcano,
con Cata¬lina de Alcalá, hija de José Miguel de Alcalá Sánchez Ramírez de
Arellano y de María Manuela Mejía de la Cova, ambos cuma- neses, Ignacio
Marcano Navarro y Catalina de Alcalá contra¬jeron matrimonio en Carúpano el 12
de febrero de 1805. Diego Guevara Navarro, hijo de Marcos de Guevara y de María
Isabel Navarro Vallenilla, casó con su prima Francisca Antonia Na¬varro y tuvo
los siguientes hijos: José María, quien casó en Ciudad-Bolívar con Francisca
Diamante; Diego, con Josefa María Betancourt; y Concepción, con Juan Antonio
Marcano Navarro, su primo.
Pascual
Navarro empezó sus servicios a la Patria en Margarita, en 1810, junto con su
hermano José Manuel, con el grado de subteniente de milicianos y allí continuó
hasta 1816, año en que se incorporó al Libertador y marchó con él a Carúpano.
En esa ciudad forma en el batallón que logra levantar Bolívar con la juventud
patriota de Carúpano y los esclavos de éstos. Con tales tropas y las pocas que
pudo mandarle Mariño desde Güiria, sale el Libertador rumbo a Ocumare de la
Costa, a llenarse de gloria los carupaneros al mando de Mac Gregor, abandonados
ya por el Jefe Supremo en las áridas playas de aquel puerto, para hacer la
brillante retirada triunfal que se conoce con el nombre de la Invasión de los
seiscientos y llegar heroicamente a Barcelona. Navarro regresa a Margarita y
más tarde se incorpora a Mariño, quien le asciende a Capitán. En 1829 ejerce de
Juez Político de Carúpano; en 1846, Gober¬nador de la Provincia de Cumaná.
Falleció en Río Caribe el 17 de octubre de ese mismo año. De su matrimonio tuvo
una hija llamada Josefa María.
Los
Navarro Vallenilla, Navarro Guevara, Navarro Mar-cano,Marcano Navarro, Guevara
Navarro, Barceló Navarro, Barceló Navarro Marcano, Navarro Méndez, Navarro
Cova, Navarro Olivier, Olivier Marcano, Cova Vetancourt, Cova Mar-cano, Silva
Cova, Marcano Alcalá, Navarro Salazar, Salazar Marcano, Guerra Alcalá, Guerra
Olivier, Guerra Marcano, Gue¬rra Gómez, Guerra Olivieri, Brito Cova, Arismendi
Brito, Brito Marcano, Brito Navarro, Brito Salazar, Salazar Manterola, Silva
Salazar, Silva Morandi, Silva Belgodere, Orsini Silva, Paván Silva, Betancourt
Marcano, Marcano Betancourt, Navarro Ru¬ssian, Russián Navarro, Russián Alcalá,
Alcalá Cova, Alcalá Morandi, Alcalá Font, Farias Font, Guerra Betancourt,
Salazar Betancourt, Morandi Dautant, Dautant Carrera, Carrera Mayz, Carrera
Sucre, Carrera Marth, Font Carrera y muchos otros más, constituyen enlazadas
entre sí un soberbio conjunto de familias carupaneras, cuyas ramificaciones al
presente son aún más numerosas.
Pero
volvamos al movimiento revolucionario de Olivier Marcano.
Al
llegar a conocimiento del Gobierno de Cumaná tales ocurrencias, despacha en
comisión al Comandante Francisco Antonio Carrera, quien a la sazón es Diputado
a la Legislatura provincial. Marcha Carrera acompañado del joven Rafael Be-
rrizbeitia Mayz, y obrando activamente se organizan algunas tropas que se ponen
a las órdenes del Comandante José Loreto Arismendi, del Pbro. Máximo Pérez
Matamoros, que era el Vicario en Carúpano, y del capitán Fabián Prieto. Al
saber la gente de Navarro los preparativos que se hacen para caer sobre ellos,
se deserta íntegra; y asimismo, el 6 de diciembre, la mayor parte de la que
está en Sanj osé a las inmediatas órdenes de Olivier, deja solo a éste. El 7
queda restablecido el orden constitucional en Carúpano, y el comandante Carrera
regresa a Cumaná, a donde arriba el 10.
Olivier,
que había evacuado la plaza de Sanjosé con los pocos hombres que le quedaron
fieles, a la aproximación de las fuerzas del Gobierno, se resuelve a
contramarchar y atacar en esa población a dichas tropas, el 27 de diciembre.
Efectivamente, embiste y toma el pueblo, derrotando a los soldados
gobiernistas, y se proponía seguir activamente la persecución y atacar
asi¬mismo la plaza de Carúpano; pero momentos antes de la salida, amotínanse
los hombres de Olivier y le dan muerte, así como también al sargento Jerónimo
Urbáez, quien había sido su segundo cuando el movimiento del 29 del mes
anterior. Olivier procedió en conocimiento de que días antes había muerto en
Cumaná su jefe el general Bermúdez.
Fue
Bermúdez hijo de Francisco Antonio Bermúdez de Castro y Casanova y de Josefa
Antonia Figuera de Cáceres y Sotillo.
Fueron sus abuelos paternos: Bernardo Bermúdez de Castro y María Manuela
Casanova, vecinos de Cumaná; y sus abuelos matemos: Pedro Figuera de Cáceres y
Alfaro y Agus¬tina Sotillo Verde, vecinos de Barcelona. Nació en Cariaco el 23
de enero de 1782.
Francisco
Mejía, en su Biografía de Bermúdez, (Cumaná, 1831) le asigna por cuna el pueblo
de Sanjosé, parroquia foránea de Carúpano. Asimismo Bartolomé Milá de la Roca,
en su Cronología, (Cumaná, 1845), Felipe Larrazábal, en su Vida de Bolívar,
(edición 1883); José Silverio González Varela, en sus Noticias acerca de
algunos patriotas nacidos en la antigua Provincia de Cumaná, (Cumaná, 1906);
Francisco González Guinán, en su Historia Contemporánea de Venezuela, (Caracas,
1909), y así otros escritores más. Pero la partida de bautismo del general
Bermúdez, descubierta por los señores doctor Do¬mingo Badaracco Bermúdez y
Pablo Meza, en enero de 1921, dice así:
“Pbro.
Dr. Pedro Level, Cura rector de la Iglesia Pa¬rroquial de esta ciudad de Sn.
Felipe de Austria, certifico que en un libro de los de mi cargo en que se lleva
el asiento de las personas blancas que en ella se bautizan, se encuentra una
par¬tida del tenor siguiente:
“En
treinta y un días del mes de enero de mil setecientos ochenta y dos años: Yo,
el Bachiller Dn. Silverio de Alcalá, Cura rector de la Iglesia Parroquial de
San Felipe de Austria, certifico: que bautizó solemnemente, puse óleo y crisma
a José Francisco, Párvulo de ocho días, hijo legítimo de Dn. Francisco Antonio
Bermúdez y de Doña Josefa Figuera, fueron sus Padrinos, Dn. Francisco Alcalá y
Dña. Rosalía Bermúdez, a quienes advertí su obligación y espiritual parentesco;
y para que conste lo firmé y de ello doy fé. — Br. Silverio de Alcalá.
“A
la letra con la partida original de su contenido, a que me refiero, y a
pedimento de parte legítima doy esta a los diez y nueve días del mes de
diciembre de mil ochocientos dos años. — Dr. Pedro Level”.
Un
hermano mayor de Bermúdez, llamado Francisco José, muerto muy niño, había
nacido en Cumaná el 4 de octubre de 1780; y otro, mayor que ambos, fue
Bernardo, nacido en San José de Aerocuar, como se ve de la siguiente partida de
bautizo:
“En
veintidós días del mes de octubre de mil setecientos setenta y ocho años, yo
Fray José Sipar, Cura por el Rl. Pa¬tronato de la Iglesia Parroquial de este
Pueblo de San Joséf certifico que en ella suplí las ceremonias del bautismo
solemne, poniendo Oleo y Chrisma a Bernardo José Jesús Celestino de Sta.
Teresa, habiendo sido bautizado el día quince de dicho mes y el mismo día de su
nacimiento por pedirlo así la necesidad. H. L. de Dn. Francisco Bermúdez de
Castro, natural de Cumaná, y de Dña. Josefa Figuera, de Barcelona la nueva;
fueron pa¬drinos Dn. Bernardo Bermúdez de Castro y Dña. Rosalía de Bermúdez,
naturales de Cumaná, les advertí su obligación, y para que así conste lo firmé
de que doy fé. — Fr. Joséf de Sipar.
Pensamos
que en la circunstancia del nacimiento de Ber-nardo en San José, se ha basado
la tradición secular para decir indebidamente que el general Bermúdez había
visto la luz primera en la indicada población.
El
general Bermúdez se distinguió por manera extra-ordinaria como uno de los más
ilustres campeones de la Causa patriota, en cuyo servicio ascendió por
incuestionables méritos guerreros al grado de General en Jefe de los ejércitos
de la República. La violencia de su temperamento agravada por su falta de
cultura intelectual y de educación social, en determinadas ocasiones le hizo
aparecer tristemente repulsivo. Contrajo ma-trimonio en Cumaná con su sobrina
Casimira Guerra de la Vega, en febrero de 1824, y murió sin sucesión, en la
misma ciudad, en la noche del 15 de diciembre de 1831. En memoria suya lleva
Carúpano el nombre de Distrito Bermúdez. Se le apellidó El Libertador del
Libertador y sus restos reposan en el Panteón Nacional.
El
general Bermúdez tuvo seis hermanos que fueron: Bernardo, quien casó en El
Guapo con Rita Herrera Benítez, quedándole tres hijas, que se llamaron
Gertrudis, Rita y Amalia y falleció fusilado por Zerbériz en Yaguaraparo, en
1813; Francisco José, muerto en la niñez; Ascención, casada con el doctor
Andrés Level de Goda y cuyos hijos fueron: Quintina, Andrés Eusebio, Pacomio y
Leonardo; Josefa Manuela, esposa
de
José Antonio Guerra Ramírez, Rosalía, quien contrajo ma-trimonio con Manuel
José Rodríguez; y María la O, con Andrés Sotillo Verde.
Deudos
del general Bermúdez fueron también el Ledo. Juan Crisóstomo Bermúdez de Castro
y Rodríguez, y su hermano Bernardo, hijos de Juan Bermúdez de Castro y Guillén
de Arjona y de María Francisca Rodríguez Parejo. Bernardo casó con Bárbara
Luces de Guevara, y su hijo Juan Crisóstomo Bermúdez Luces con Atanasia Sanda
Mariño, hija de José María Sanda y de Concepción Mariño Carrige, hermana del
general Santiago Mariño. Los padres de estos Mariño Carrige fueron: el español
Santiago Mariño de Acuña y Atanasia Carrige Ortega, margariteña. Carrige era el
primitivo apellido, modificado luego por Garrí. '
Además
de Juan Crisóstomo y de Bernardo, fueron también hijos de Juan Bermúdez de
Castro y Guillén de Arjona y de María Francisca Rodríguez Parejo, Agustín,
Josefa Anto¬nia, casada con el doctor José Gervasio Rodríguez de Astorga y
Carrera Casanova, Leonor, Manuela y María.
No
sorprendió su trágico fin a quienes conocieron el temperamento irascible y
violento del guerrero formidable, no modificado en manera alguna ni por
indicaciones de cultura intelectual y social, de que carecía, no obstante ser
miembro de ilustre y distinguida familia, ni por las circunstancias de
altí¬sima prominencia política y militar a que le llevaron su asombroso valor
personal y sus indiscutibles ejecutorias de luchador por la independencia de la
Patria. Antes bien, su escasez de dotes mentales se agravó en los últimos
tiempos rindiendo tributo a númenes etílicos, a tal punto que bajo sus
tremendas influen¬cias, infundía miedo por donde quiera que pasaba; y los diso-
ciadores, que nunca faltan, completaron la obra.
Informáronle
que un hijo de Jaime Mayz, llamado Pedro Lucas, había intentado demanda contra
él por haberse intro¬ducido en su hogar la noche del 14 de diciembre,
profiriendo, enfurecido, improperios y amenazas no sólo contra el coronel
Francisco Javier Mayz, hermano de Jaime sino también contra el comandante
Francisco Antonio Carrera, a quien buscaba para foetearlo, juzgándole el
instigador de Pedro Lucas; contra Rafael Berrizbeitia; contra la señora madre
de éste, ausente a la sazón, y hasta contra el Gobernador de la Provincia y
contra el Comandante de Armas de la plaza. No era cierta la especie. Carrera,
al tener conocimiento de lo ocurrido en la referida noche, puso demanda ante el
Alcalde 29Municipal contra Juan José Guerra, primo hermano de la esposa de Bermúdez,
por la falsedad de algunos informes suministrados referentes a que Carrera
había dicho que si Olivier se había alzado en Carúpano fue debido a una carta
de Bermúdez alentándolo a ello. La demanda intentada por Carrera ocurrió el 15
en la mañana. El Alcalde aplazó el asunto para el día siguiente.
Para
ese día se encontraba Bermúdez en una comida que le daba a bordo de su buque el
capitán de navio José María García.
Regresó
en la noche y se le informó de la consabida demanda. Acto seguido y con su impetuosidad
característica, foete en mano y dando voces destempladas, penetró por segunda
vez en el hogar de Mayz, el cual se hallaba situado frente a la casa de
Bermúdez. Llegó solicitando a Carrera para vejarlo, a sabiendas de que éste
residía allí. Pero Carrera al oír los gritos y amenazas del colérico Bermúdez,
abandonó su aposento, en donde se encuentra de visita conversando con él el
joven Rafael Berrizbeitia. Bermúdez, sin reflexionar que estaba violando una
vez más aquella morada, dirigióse al cuarto que ocupaba Carrera, cruzó el patio
y al llegar al umbral de la puerta lo detuvo un pistoletazo que le dejó
cadáver. Berrizbeitia tomando una de las pistolas de Carrera la disparó contra
él, que marchaba en evidente actitud hostil.
Siguióse
inmediatamente el proceso judicial, el cual fue sustanciado por todos los
trámites legales, sentenciando la Corte, a donde se ocurrió en apelación, el 22
de noviembre de 1832, absolviendo a Carrera de toda culpa y pena y condenando a
Berrizbeitia a sufrir cinco años de confinación en la ciudad de Maracaibo. La
Corte, cuya residencia era Caracas, estaba compuesta por el Ledo. José de
España, y los abogados Vicente del Castillo, José de Sistiaga, F. Paúl, Tomás
José Sanabria y Félix María Alfonzo, actuando como Secretario Luis Morales.
Juan José Conde, curador de Berrizbeitia, asesorado por el abogado doctor Pedro
Quintero, solicitó de dicha Corte en 7 de marzo de 1833, se fijara la capital
de la República en vez de Maracaibo, el lugar de confinamiento o algún punto
del extranjero. La Corte accedió y resolvió que se cumpliera la sentencia en
Caracas. Pero ésta no llegó a cumplirse, debido a la misteriosa muerte que se
dio al desgraciado joven. La tra¬dición popular afirmó que embarcado éste para
La Guaira o Puerto Cabello fue arrojado vivo al mar, donde pereció.
Corre
publicada en el número 383 de El Nuevo Diario, periódico caraqueño,
correspondiente al 24 de enero de 1914, una relación sobre la muerte del
general Bermúdez, de la cual recortamos lo siguiente:
“...sustanciada
la causa en el principio del año 1832, que fue seguida por todos sus trámites,
Berrizbeitia fue condena¬do a diez años de prisión en el castillo Libertador.
Fue allí donde se representó la tragedia que puso fin a la vida del infortunado
Berrizbeitia... Mandaban en Puerto Cabello, en 1832, como jefes militares el
general Francisco Carabaño y Comandante del Apostadero José María García. El
primero cumanés y el segundo margariteño; éstos como varios de los militares
supe¬riores que dominaban la nación sin excluir al General en Jefe José Antonio
Páez, su Presidente, se consideraban ofendidos en su condición de Libertadores,
por la sentencia de Berriz¬beitia, que había asesinado a uno de sus
conmilitones. Sin entrar en pormenores que a nada conducirían, se excitó en su
prisión al desventurado e inexperto joven a que ejecutase su huida,
exigiéndosele una suma de treinta onzas de oro, las que él solicitó de su
hermano en Cumaná y que entregó al que. creía su salvador. Un patrón de
embarcación pescadora del puerto nombrado Pedro Pablo Domínguez, fue el
escogido adrede con dos compañeros más de su confianza, para recibir al pie de
una de las murallas del Castillo al preso, a quien debían sacrificar
mar
afuera, creyendo él, según convenio, que lo conducirían a Curazao; los
ejecutores cumplieron el atroz mandato y las ondas y la noche presenciaron en
el golfo de Puerto Cabello la agonía de Berrizbeitia, recibiendo después su
salario los sicarios, que obraron por orden de encumbrados jefes que llevaron a
cabo una cruel y cobarde venganza”.
Pero
resulta que Berrizbeitia, según el auto de la Corte librado a principios de
marzo de 1833, accediendo a la petición del curador Toro, se encontraba para
esa fecha en Caracas, dedicado al estudio de las matemáticas, en cuyo ejercicio
se adquieren las luces necesarias, como es de esperarse, y podrá ser útil a la
sociedad. Y continúa el misterio de su desaparición.
Cerramos
el presente Capítulo con una nómina de los Gobernantes que tuvo la Provincia,
desde 1825 hasta diez años más tarde.
1825-1826 José Francisco Bermúdez.
1827 José Félix Blanco.
1827-1828 Santiago Mariño.
1828-1829 Bartolomé Salom.
1829-1830 José Francisco Bermúdez.
1830-1831 Diego de Vallenilla.
1831 José Francisco Bermúdez.
1831-1832 Antonio José Sotillo.
1832-1833 Eduardo Stopford.
1833 José María Rodríguez.
1834-1835 Eduardo Stopford.
CAPITULO XII
1835-1836
— Traición del batallón Anzoátegui en Cara¬cas — Revolución de Las Reformas —
Prisión y depor¬tación del Presidente y Vicepresidente de la República — Jefes
de la Revolución — Sus causas — Comentarios — Juicios del historiador González
Guinán — Incremento de la Revolución — Hechos de armas — Carúpano se pronuncia
por las Reformas — Contrapronunciamiento — El general Francisco Esteban Gómez —
El Vicario Pérez Matamoros — El Comandante Llamosas — Marcha el coronel Garujo
hacia el Oriente — Derrota a Llamosas en Cariaco — Derrota a Gómez en Carúpano
— Regresa al Centro de la República — Gómez ocupa de nuevo a Carúpano — Rasgos
biográficos de Garujo — Fracaso de la Revolución — Odiosas disposiciones
punitivas del Gobier¬no — Desórdenes en los pueblos del interior de Carúpano —
Muerte del reformista Ignacio Brito Sánchez — Triunfo de la impunidad.
En
la noche del 7 al 8 de julio de 1835, acontece en Caracas la sublevación del
batallón Anzoátegui, cuyos jefes Pedro Marturel y Narciso Gonell, quedan
desconocidos a los gritos de muera el Gobierno!
Este
movimiento cuartelado lo aprovechan los descon¬tentos con la elección del
doctor José Vargas para Presidente de la República, si acaso no hubiesen sido
ellos mismos los impulsores. Por allí
empieza la revolución que se conoce con el nombre de Las Reformas-, primer
movimiento vindicativo contra los procederes de los hombres del Poder Público,
que impusieron al virtuoso doctor Vargas en la primera magistratura. Comienzan
los revolucionarios derribándole de la Presidencia y asimismo al Vicepresidente
doctor Andrés Narvarte, a quienes toca ser los primeros en sufrir las
consecuencias de la voluntad de Páez.
Los
descontentos se lanzan a la guerra esperanzados con las promesas que éste les
hiciera de reformar ciertos puntos de la Constitución y aclamándole por jefe.
Vargas y Narvarte son embarcados en La Guaira el 10, en la goleta, Aurora; pero
antes de salir para el destierro, tiene Vargas oportunidad de nombrar al
general Páez Comandante del Ejército nacional.
Al
hablar de estos asuntos aseguran casi todos los historiadores patrios, que el
coronel Garujo al reducir a prisión al doctor Vargas, dijo a éste: el mundo es
de los valientes, a lo que aquél contestó: el mundo es del hombre justo. Y tal
vez debido a su indiscutible valor personal, ha venido desde entonces, después
de muerto Garujo, corriendo el tropo como una verdad histórica; siendo, no
obstante, de llamar la atención a cualquier observador sin prejuicio, que no
parece concebible que una persona del talento, de la ilustración y demás
condiciones de Garujo haya podido expresar tales palabras. Además: es muy de
tenerse en cuenta que tanto por su cuna, cuanto por su familia y sus servicios
a la causa de la Independencia —apagados insistentemente por la ignorancia o
por las con¬veniencias políticas— ese republicano consciente, adversario de los
gobiernos absolutistas, ha sido terriblemente vilipendiado.
Bien
comprendía Vargas que al aceptar Páez tal nom-bramiento, sería el fracaso de la
revolución. Y aquí ocurre preguntar: ¿tiene Vargas noticia de que Páez es el
aclamado como jefe por los revolucionarios? ¿Obedece tal disposición a un
fermento de consecuencia hacia el caudillo cuya voluntad lo llevó a la
Presidencia? ¿O es la crítica situación del momento la que le impone hacer tal
designación?
Sábese
que Páez, frío ya en sus relaciones con Vargas, después de pocos meses de
encargado éste de la Presidencia, desagradado, se ausenta de Caracas para una
de sus posesiones, so pretexto de ir a descansar de las faenas de la
administración pública; y que luego, ante la aclamación general que le señala
como jefe de la revolución y el nombramiento que acaba de recibir, olvidándose
de sus promesas, en virtud de las cuales gran número de los fundadores de la
Patria, se han lanzado ya a la guerra, no vacila en aceptar la Comandancia en
jefe, quizás pensando en que fácilmente dominaría la rebelión.
Por
tal circunstancia viene el célebre Libertador de Orien¬te, general Santiago
Mariño, a ocupar el puesto señalado a Páez. Acompañan a Mariño, entre mil más,
el general Pedro Briceño Méndez, sobrino político del Libertador, el general
Diego Ibarra, el general Justo Briceño, general Francisco Carabaño, general
José Laurencio Silva, sobrino político del Libertador, el general Francisco de
Paula Alcántara, general Renato Beluche, coroneles, Juan Landaeta, Andrés
Ibarra, José María García, etc., todos proceres beneméritos de la Emancipación.
Forman, además, otros muchos proceres civiles y personas de reconocida
impor¬tancia política, moral, social e intelectual, en las filas de esa
revolución. No son unos vagabundos ni menos unos ambiciosos, como
arbitrariamente los ha calificado la generalidad de los escritores de historia
o de asuntos históricos.
Entre
los principales directores aparece también el coronel Pedro Garujo, nombrado
Comandante de las Armas, quien a poco vendría a ser el alma y nervio de los
sucesos, batiéndose por donde quiera que las contingencias de la guerra lo
llevan, porque muchos jefes importantes, después que vieron que Páez no entraba
en el movimiento, dejaron solos a quienes tuvieron más vergüenza para seguir
combatiendo. Tal para entonces la influencia incontrastable del héroe de Carabobo.
En
el transcurso de ocho meses esa revolución, que no tenía conexión alguna en el
país, conmueve, no obstante, hon¬damente el territorio nacional, dado el
prestigio que tiene en todas partes. Es una revolución eminentemente popular, y
desde el golfo de Paria hasta el lago de Maracaibo, a pesar de no haber sido
Páez el jefe, por donde quiera se pide reforma y se grita federación. Y es
popular por varias causas, entre ellas, las infracciones de la ley de
elecciones en algunos can¬tones, al designarse a los Representantes (que en el
Congreso próximo vendrían a dar votos por el candidato de Páez); la imposición de un civil por sobre la natural
aspiración de los militares, quienes habían a esfuerzos de incontables heroicos
sacrificios, cristalizado la nacionalidad venezolana; y a la firme creencia, en
fin, de que Páez es el jefe director, confiados los guerreros y civiles de la
Independencia en las promesas que antes les hiciera y que consideraron leales.
En
el proceso electoral de 1834 se viola en algunos puntos la ley de elecciones, a
fin de conseguir mayor número de votos para amigos del Gobierno. La eterna
historia. Sin contar a Vargas, hay en ese año cuatro meritísimos candidatos a
la Presidencia de la República: Mariño, Soublette, Salom y Urba¬ne ja. La opinión
se comparte entre ellos, señalándose especial¬mente por las de los dos primeros
nombrados, quienes, como se sabe, son padres de la Patria, como los otros dos.
Las de Urbaneja y de Salom se apagan prontamente al saberse las corrientes que
impelen la candidatura del doctor Vargas. Así la de Soublette sigue más
fácilmente el mismo destino. La de Vargas se apoya en una fuerte agrupación de
comerciantes, agricultores y políticos, que bien se comprende pertenecen al
número de los amigos del Presidente Páez. En servicios hechos a la Patria y en
merecimientos consiguientes ¿cómo equiparar al doctor José María Vargas ni con
Mariño, ni con Soublette, ni con Salom, ni con Urbaneja?
El
nombre de Vargas nada en realidad dice en los fastos de la epopeya americana.
Al declararse la guerra de Indepen¬dencia en Venezuela, se ausenta del país,
rumbo a Europa y Norte América, yendo luego a residenciarse en Puerto Rico,
colonia española, donde se queda tranquilamente ejerciendo su noble profesión
de médico, sin tomar ninguna participación en los asuntos políticos
relacionados con la Patria. De allá regresa a Venezuela a fines de 1825, cuando
ya está consumada gloriosa¬mente la emancipación nacional. No puede, pues, en
justicia, conceptuarse de popular su candidatura; pero Páez la apoya y todos
piensan que eso solamente es suficiente. Pero con todo, hay necesidad para
sacarla a flote, de que el Congreso practique tres sucesivos escrutinios.
No
es popular, como se dijo, la candidatura del sabio médico; pero Páez, quien
viene de hecho gobernando el país desde 1823, para ese año de 1834 se
desentiende del candidato de sus simpatías, Soublette, y firmemente se resuelve
por la del virtuoso ciudadano civil. No es difícil calcular entonces el
entusiasmo con que trabajan luego los políticos, agricultores y comerciantes
amigos del general Páez. A esto dice justicie¬ramente el historiador González
Guinán, en la página 339, tomo II, de su Historia Contemporánea de Venezuela,
que "el segundo Presidente de Venezuela no debía ser un ciudadano Civil,
sino un ciudadano militar, porque el militarismo venezolano estaba constituido
por una falange de hombres muy notables por sus servicios, inteligentes y
virtuosos. Ese militarismo se creía, y con razón, el fundador de la Patria...”
y luego con¬tinúa: “Equivocando las épocas, se fijaron en el distinguidísimo
doctor Vargas, y levantaron su nombre en las alas de un entu¬siasmo ardiente”.
(Página 340). Y más adelante (página 409) asegura que “propiamente hablando,
los reformistas de 1835 no constituyeron el partido militar de Venezuela, sino
una frac¬ción ávida de mando y lucro que no vaciló, impulsada por sus locas
ambiciones, en sacudir el recién construido edificio de la República”.
Avidos
de mando y lucro y llenos de locas ambiciones! Y así, con tal afirmación exhibe
el historiador mencionado a la par del autor de la Biografía del Dr. Vargas. Su
carencia de espíritu filosófico para juzgar a los hombres y a los hechos de
1835.
¿Qué
se propuso el general Páez con hacer elegir al honrado ciudadano civil, cuando
hasta éste estaba rehacio a aceptar el encargo? Si lo hizo pensando en que
hubiera podido manejarlo como se maneja a un maniquí, sufrió una gran
decepción, porque el ilustre sabio no se prestó a ello, como diez años más
tarde tampoco José Tadeo Monagas.
Pero
lo curioso del autor que acaba de citarse es cuando asegura que “hubo muchos
militares que pidieron al general Páez su directa intervención en el proceso
eleccionario, fundán¬dose en la extravagante teoría de los hombres nuevos, le
pidieron su apoyo a la candidatura del doctor Vargas; pero aunque el Presidente
(Páez) tenía fe en sus propias creencias y en las eminentes cualidades del
general Soublette, veía en el doctor Vargas una figura que se levantaba entre
el brillo de sus pro¬pias grandes virtudes y el resplandor del ardiente
entusiasmo militar, y optó por presenciar la contienda en actitud discreta,
prestando a todos los ciudadanos el apoyo de ley”. (Pag. 340).
Cualquiera
diría al leer esto, que el historiador, enca¬necido en los resortes de la
política venezolana, ignora cómo se han manejado en todo tiempo en el país
tales asuntos electorales. Y el mismo Páez en su Autobiografía dice que “no era
de extrañar que él (Páez) sin negar a Soublette sus títulos, diera la
preferencia al esclarecido ciudadano contra quien ni militares ni civiles,
podían presentar argumentos para conside¬rarle indigno de regir la política
venezolana”.
Tal
escritor, a la par de los demás que se han ocupado acerca de la revolución de
Las Reformas, no trae ni una nota de crítica filosófica, antes bien, como
colocándose regresiva¬mente en aquellos días, aparece más bien como un
adversario francamente hostil de los Proceres reformistas.
Es
enorme el número de los Padres de la Patria que actuaron en esa revolución, así
como el de ciudadanos eminentes que sirvieron a la Gran Colombia. A
continuación se da una nómina de los principales, siendo de advertir que otros
muchos quedaron rezagados en atención a la actitud de Páez y que asimismo no
constan en dicha nómina ni la mayor parte de los Proceres Civiles, ni otra
cantidad igual de Proceres Militares, quienes para entonces no eran sino
simples tenientes o sub¬tenientes. Los que van señalados con asterisco
depusieron la actitud revolucionaria ante las insinuaciones de Páez, y los que
llevan dos asteriscos, se acogieron a sus banderas.
•Francisco
de Paula Alcántara, Francisco Arismendi, Vicente Andara, José Alcalá, José
Gabriel Alcalá, José Miguel Alcalá, José Trinidad Arria, Antonio Acosta, Juan
José Acosta, Manuel Arévalo, José María Aguilera, Lorenzo Alvarez, José María
Albornoz, Pedro Alcázar, Francisco Alvarado, **Pedro Alcina, Juan Armas, José
Manuel Armas, Juan Albornoz, Fe¬lipe Acosta, Vicente Alzuru, Nicolás Anzola,
Isidro Ascanio, Toribio Ayestarán, Carlos G. Asthon.
Pedro
Briceño Méndez, Renato Beluche, Sebastián Bogier, Justo Briceño, Pedro
Betancourt, José Miguel Bonalde, Antonio José Betancourt, Miguel Borrás, José
Boada, José Leonardo Brito Cova, José Nicolás Brito Cova, Juan Manuel Brito
Cova, Ignacio Brito Sánchez, Domingo Bruzual de Beaumont, Bernardo Bermúdez de
Castro, Bernardo Bermúdez Luces, José Butrón, Manuel Bravo, Cecilio Bravo, José
Manuel Bello, José M. Berrizbeitia, Francisco Barradas, *Juan Francisco
Balbuena, José Antonio Berberán, Tomás Bolívar, Blas Bruzual.
Francisco
Carabaño, ♦ Francisco Conde, Manuel Cala, Pedro Garujo, Guillermo Corser, Cruz
Carrillo, Carlos Castelli, José Nicolás Cova, José Leonardo Centeno, Dionisio
Centeno, **Ramón Centeno, **Carlos Centeno, Estanislao Castañeda, Pablo Conde,
José Cázares, *Luis Calderón, José Antonio Cala, José Canino, *Luis Castillo,
Vicente Castillo, Benito Castillo, Basilio Castillo, **Fernando Carvajal,
Agustín Coll, Ramón Coll, José Manuel Cázares, Fermín Carreño, Cayetano
Carreño, Diego Antonio Caballero, ** Tomás Caballero, Santiago Capdeviela,
Manuel Vicente Casas, Manuel Camacho, Francisco Cordero, Angel María Caraballo,
Rafael Calzadilla, Ramón Castro, Julián Castro, Juan Clark.
Antonio
Díaz, Miguel Díaz, Francisco Domínguez, José Inés Domínguez, Juan Manuel Durán. .
Walterio
Chitty, Matías Ecuté, José Antonio Estrada, Santiago España, *José Escola,
Manuel Esteves, Pedro Espi¬nosa, J. Francisco Echeto, Sebastián Esponda,
Plácido Escalante.
Bernardo
Flex, Francisco María Faría, Juan N. Fer¬nández, Salvador Flores, Rafael
Flores, José Flores, Jacinto Flores, Cristóbal Fermín, José Anastasio Fermín,
Buenaven¬tura Freites.
Rafael
de Guevara, Vicente Guevara, José Vicente Gue¬vara, José Godoy, Mateo Guerra
Olivier, Nicolás Guerra, Jacinto Guerra, Francisco Guerra, Juan José Guerra,
Vicente Guerra, Pedro Manuel Guerra, *José Rafael Guerra, Andrés Guerra
Olivier, Manuel María Guevara, Antonio Guevara, *José Gon¬zález, Juan González,
Luis González, *José de la Guerra, José María
García, Manuel Goitía, Santos Gáspari, José Silverio González, Ramón Gómez
Sotillo, Jacinto Gutiérrez, José Carmen Guevara, Manuel Gil, Rufino González.
Bernardo
Herrera, Ramón Herrera, *Ramón Hernández, Juan Hernández, Juan Bautista
Hernández, José Hernández, Ramón Hernández Chávez, Pedro María Hurtado.
Diego
Ibarra, Andrés Ibarra, Juan José Illas, José Ma¬nuel Illas, Ciríaco Iriarte,
Manuel Isava Alcalá, Ramón Irazábal.
Florencio
Jiménez, Jesús Jiménez, Lorenzo Jiménez, José L. Jiménez, Pablo Hilario
Jiménez, Benito Jimeno.
Juan
Landaeta, José Antonio López, *Luis López, An¬tonio G. Lyon, Ramón Landa,
Hilario Lara, José Félix Lovera, Marcos Landaeta, Víctor Lugo, José Luis
Lucena.
Santiago
Mariño, José Tadeo Monagas, José Gregorio Monagas, Gerardo Monagas, Francisco
José Monagas, Juan de Dios Manzaneque, *Ramón Machado, Florencio Meleán, *Juan
de Dios Monzón, Luis Molinar, Francisco Molinar, José Molinar, Juan Molinar,
Nicolás Machuca, Juan Bautista Margoy, *José Antonio Mujica, Pedro Moratto,
Francisco Mejía, Vicente Mar¬tínez, Andrés Martínez Mayobre, Francisco Antonio
Maestre, Ramón Martiarena, Feliciano Monteverde, Antonio Mármol, José Mármol,
Diego Malavé, Manuel Felipe Marcano, Jesús An¬tonio Maestre, Manuel Micel,
Francisco Micel, Fermín Muñoz, Cristóbal Marín, Tomás Mora, Diego Mercado,
Bartolomé Mon¬zón, Jesús María Marín, José Antonio Marín, Marcelino Medina,
José Miguel Machado, *Pedro Muguerza, *José María Muguerza, Pedro Mares, José
María Meló, Luis Meaño, ** Mariano Antonio Mayo, Francisco Montes, * Francisco
Javier Moreno.
José
Manuel Navarro Guevara, Pascual Navarro Guevara, Pedro Navarro, Erigido Natera,
Carlos Olivier Marcano, Carlos María Ortega, Jaime Olivero, José Olivier
Marcano, ** Manuel Ortiz, Basilio Ocanto, José Ramón Osti, José María Otero
Guerra, Juan José Otero Guerra, Pedro María Otero, Blas Ospino, Pedro Obregón.
José
María Pelgrón, Rafael Picazo, Trinidad Portoca- rrero, Salustiano Plaza, León
Prada, Joaquín Prada, José María Ponce, Carlos Padrón, Silvestre Peña, Vicente
Parra, *José Fabián Prieto, Diego Padilla, Pedro José Padrón, **José An¬tonio
Pérez, Antonio Parada, Carlos Antonio Pérez, Miguel Pérez, Pedro Pablo Pérez,
José María Prado, José María Pasos, Juan Luis Pérez Orosco, Casildo Pérez, Juan
José Quintero, Manuel Quintero Arráiz, Federico Quintero, Cosme Quintero,
Anizeto Quintana.
Francisco
Rodríguez de Toro, Francisco Rojas, Pedro Rojas, Juan Bautista Rodríguez,
Domingo Román, **Francisco Rivas, Pedro Rodríguez, José Raffetti, Francisco
Rivero, Cruz Rodríguez, Luis Romero, *Juan Romero, Víctor Romero, Manuel
Rodríguez, Ignacio Romero, Patricio Rubio, José María Rodrí¬guez, José Miguel
Ramírez, José Antonio Ramos, José Rauseo, Estanislao Rendón, Pedro Manuel
Riera, *José Ignacio Roo, ♦Agustín Rodríguez, Agustín Ramos, José Antonio
Rincón, Luis Felipe Rodríguez, Raimundo Rendón Sarmiento.
♦José
Laurencio Silva, José Jerónimo Sucre, José María Sucre, Ramón Silva, José de la
Cruz Sequera, Juan Antonio Sotillo, Miguel Sotillo, Manuel Vicente Segarra,
Claudio San Vicente, ** Justo Silva, Cayetano Solano, Ramón Soto, Ramón
Sánchez, Tomás Sánchez, Guillermo Stuard, Sabino Saltron, José C. Swain,
Antonio José Sotillo, José Joaquín Silva, Pan- taleón Suárez, Víctor Silva
Alvarez, Antonio Seijas, Antolín Salazar, José Miguel Sabino, Felipe Sabino,
*José Sánchez Mayz.
♦♦Joaquín
Tellechea, *Manuel Tinoco, Jerónimo Tinoco, Manuel Trujillo, Miguel Torres,
Joaquín Torres, Julián Torres, José Antonio Torres, Celestino Toledo, Santiago
Torrealba, Juan Uslar, Gabino Urbáez, José Urra, *José María Urdaneta. — Manuel
Valdez, ** Vicente Vidllegas, Diego Vallenilla, Jesús María Vallenilla, **José
de Jesús Vallenilla, Mateo Vallenilla, Manuel Valverde, Antonio Virla, José
Antonio Vivenes, Miguel Vigas, Luis Villalobos, Agustin Villacinda, Felipe
Velásquez, Ramón Vera, Casimiro Yepes, Pedro Zerpa.
En
las circunstancias que quedan anotadas páginas antes, surge Vargas en la
Presidencia de la República, el 9 de febrero de 1835, para a poco renunciarla
reiteradas veces, hasta que en 24 de mayo del año siguiente se la aceptan,
después de haber sido promulgados los decretos de degradación, de muerte, de
expulsión y de confinamiento, dictados contra tantos libertadores y fundadores
de la Patria!
En
el transcurso de la guerra se combate en muchos puntos, señaladamente en los
siguientes: Río Chico, el l9 de setiembre; Cariaco, el 20 de setiembre;
Carúpano, el 5 de octubre; Urica, el 8; Juana de Avila, el 24; Nagua-nagua, el
27; Valencia, el 28; Guaparo, el 29; y Paso Real, el 25 de diciembre.
Carúpano
se pronuncia por las Reformas el 20 de julio, pidiendo federación. En ese día
se reune una asamblea de vecinos bajo la presidencia de Justo Silva, quien
desempeña la jefatura política del Cantón. En esa reunión se aclama al general
Mariño para Presidente del Estado de Oriente. Asi¬mismo son reconocidos el
general Manuel Valdés, Comandante de la Provincia, como Jefe Superior de ella;
el general José Rafael de Guevara como Jefe de Operaciones del litoral hasta
Güiria; y el coronel José Manuel Navarro Guevara como Co¬mandante militar del
Cantón.
Mientras
esto acontece en Carúpano, ya ha tenido efecto el pronunciamiento de San Juan
de Maracapana, el 16. El 21 ocurre el de Cumaná, reuniéndose en ese día un
extraordinario plebiscito, del cual resulta un acta que suscribe la casi
totalidad de los elementos más valiosos que encierra en su seno la heroica
ciudad. Al igual de los de Carúpano, se pronuncian por la Federación. Es en ese
año cuando por vez primera en comu¬nicaciones oficiales se usa el lema de Dios
y Federación.
A
la asamblea que se reúne en Carúpano concurren mu¬chos padres de familia y
militares de la guarnición. Están pre¬sentes: Justo y Ramón Silva, el coronel
Navarro Guevara, su hermano Pascual, el general Guevara, Carlos Olivier
Marcano, Mateo Guerra Olivier, José Leonardo Centeno, José Raffetti, Silvestre
Peña, Antonio y Juan José Acosta, José Leonardo y Juan Manuel Brito Cova, Luis
Molinar, Andrés Guevara Olivier, Jacinto y Pedro Manuel Guerra, José Olivier
Marcano, Luis López, Celestino Toledo, Juan Bautista Hernández, José González,
Víctor y Luis Romero, Manuel Felipe Marcano, José María y José Antonio Marín,
Angel María Caraballo, Feliciano Monteverde, Anizeto Quintana, Claudio San
Vicente, Juan Gon¬zález, Francisco Barradas, Diego Padilla, José Carmen García,
Pedro Espinosa, Francisco Rivera, Juan B. Margoy, Vicente Guerra, José
Anastasio Fermín y otros más, todos servidores de la Independencia o de la Gran
Colombia.
Los
reformistas allegan prontamente hombres y orga¬nizan un cuerpo de cerca de
cuatrocientas plazas, de los cuales salen unos doscientos al mando de los
comandantes Guerra Oli¬vier y de Centeno sobre la costa de Paria. En esa fuerza
marcha como Comisario de guerra Justo Silva y como oficiales van algunos
jóvenes distinguidos de la sociedad carupanera, tales los Brito Cova, los
Olivier, Andrés Guevara e Ignacio Brito Sánchez.
No
obstante todos los esfuerzos hechos en Irapa, Soro y Güiria por José Miguel
Alcalá, José Miguel Bonalde, Jerónimo Tinoco, Pedro Pablo Pérez y algunos más,
para hacer pronunciar esos pueblos por las Reformas, nada logran. Antes bien,
el 26 de agosto se reafirman en su decisión los vecinos de Güiria, quienes ya
en conocimiento de que no es Páez el jefe de la revolución, levantan al efecto
un acta que firman José Jesús Martínez, Domingo Mayz, Juan Cipriani, Gervasio
Núñez, José Eduardo Figueroa, Pedro B. Iro; Juan B. Leonor, Juan Giova- netti,
Federico Larrend, Pedro Cerfé y otros. La firme actitud de esos paecistas
entusiastas, obliga a los de Carúpano a enviar sobre ellos la mitad de la
fuerza organizada allí, a las órdenes de los mencionados Guerra Olivier y Centeno.
Parece
que los de Carúpano como que se pronunciaron muy de las primeras, porque a poco
y bajo la dirección del general Valdés,
quien llega acompañado de su secretario el coronel Francisco Mejía, se
contrapronuncian el 6 de setiembre siguiente, reconociendo al Gobierno
Nacional. Acaso Valdés, impuesto como está de que muchos de los comprometidos
se han ido con Páez, quiso salvar a los compañeros carupaneros. Haciendo alarde
de generosos y humanitarios sentimientos Páez trata bondadosamente a quienes ya
están en armas por las regiones de Aragua. Y a esto hay que añadir que las
autoridades de Margarita permanecen fíeles al Gobierno constitucional. Por otra
parte también influiría en el ánimo de Valdés los consejos del Pbro. Juan
Bautista Molinar, quien le impone de que tanto el Vicario Pérez Matamoros como
el comandante Julián Llamo- sas se mueven en combinación sobre los
revolucionarios de Carúpano. El caso es que después de hecho el
contrapronuncia¬miento, Valdés se embarca para Margarita. Pero antes de
ausentarse despacha a su secretario con pliegos para Guerra Olivier y Centeno
participándoles lo ocurrido, para que procedan en consecuencia. Mejía llega en
la noche del mismo 6 a Río Caribe, de donde no han pasado todavía los
revolucionarios sobre Güiria. Al saberse las nuevas que les lleva Mejía y que
trascienden inmediatamente, sobreviene el desastre: las tropas se dispersan
buscando cada quien como mejor ampararse. Regresa a Carúpano la mayor parte,
otros pocos se quedan en el propio Río Caribe y algunos se refugian en
Margarita, entre ellos Guerra Olivier; y después... persecuciones, vejá¬menes,
cárceles, proscripciones para casi todos, después que los hombres del Gobierno
ocupan a Carúpano.
El
mismo día «n que ocurre la dispersión de las tropas reformistas, algunos
vecinos presididos por Próspero Flores, levantan un acta reconociendo y
acatando las instituciones vigentes. Y no proceden contra los que allí se
quedaron. En cambio, el general Valdés y asimismo el general Guevara,
distin-guidísimos servidores de la Independencia, al llegar a Margarita son
reducidos a prisión y remitidos acto seguido a la orden del Gobierno Nacional,
bajo la vigilancia del coronel Miguel Arismendi, quien los presenta en Caracas
el 16 del mismo mes de setiembre.
Al
saberse en esa isla los sucesos del 6, el general Francisco Esteban Gómez,
nombrado jefe del ala izquierda del ejército constitucional, sale de Pampatar
inmediatamente a pose¬sionarse de Carúpano, disponiendo al mismo tiempo que el
comandante Francisco Antonio Carrera desembarque por Sau¬cedo con parte de la
fuerza, para continuar la marcha por tierra, mientras él, Gómez, seguiría por
mar hasta el puerto, como lo verificaron.
Al
llegar todas estas ocurrencias a noticia de los refor¬mistas, a la sazón en
Barlovento el coronel Garujo, victorioso en Río Chico el l9 de setiembre,
marcha rápidamente hacia las regiones orientales; llega a Cumaná; allí organiza
una combinación sobre Carúpano; sigue marcha; el 20 derrota a Llamosas en
Cariaco y el 5 de octubre siguiente entra a Carú¬pano a fuego y sangre, y
derrota al general Francisco Esteban Gómez.
Cuando
las autoridades de Margarita supieron la llegada de Garujo a Cumaná, lo
avisaron oportunamente a Gómez. Este con los elementos de guerra de que
dispone, se prepara lo mejor que puede, dispuesto a sostener la plaza a todo
trance. El día anterior había despachado la goleta Zaeta, al mando del capitán
Dautant9y tres flecheras, a cruzar y vigilar las aguas de Saucedo y La
Esmeralda, situadas a sotavento de Carúpano. En la tarde del mismo día se
encuentran esos buques con los de los reformistas, que habían salido de Cumaná
obedeciendo a la operación militar de Garujo. Trábase el combate frente a la
ensenada de La Esmeralda y al caer la noche se ven en la necesidad de retirarse
la goleta y las flecheras; pero en vez de regresar al puerto de Carúpano hacen
rumbo a Margarita, de donde se hallan más cercanos.
Canijo,
entre tanto, acercándose a la plaza marcha rápi-damente por tierra, de manera
que a las cinco de la mañana del 5 de octubre sorprende a Gómez, rompiéndole
los fuegos por tierra y por mar. Garujo ataca al frente de quinientos hombres,
sin contar con los de las dotaciones de las cinco flecheras que están armadas
con cañones. Gómez con sus seiscientos soldados se defiende vigorosamente por
cuatro horas seguidas. Atacado bravamente por todas partes, a las nueve de la
mañana ocupa Garujo la plaza tras sangrienta brega. Sobre el campo de batalla
quedan tendidos de los reformistas, más de doscientos muertos y resultan
heridos más de cien, entre éstos los comandantes José de Jesús Vallenilla y
Juan José Guerra. De las fuerzas de Gómez quedan unos ciento cincuenta en el
campo.
El
jefe del ala izquierda del Ejército del Gobierno, logra escapar y llegar a Río
Caribe; pero no se detiene en esa población. Encarga del mando de las pocas
tropas que le quedan al vicario Pérez Matamoros, al coronel Ramón Pérez y al
coman¬dante Carrera, con instrucciones de aumentarlas en el más breve tiempo
posible; y esa misma noche del 5 se embarca para Margarita.
Esa
acción de armas es la más sangrienta que registra la historia de Carúpano, en
el siglo XIX. Al arribar Gómez a Pampatar, encuentra allí la escua¬drilla del
Gobierno compuesta de las goletas Puerto Cabello, Amazona, Voladora y Esperanza
y también la Zaeta y las tres flecheras, que habían sido rechazadas por la
flotilla reformista. Inmediatamente organiza una expedición para recuperar a
Carú¬pano, y el día 9 sale con tal fin sobre Río Caribe. Los jefes a quienes
dejara en ese puerto, cumplen sus instrucciones y resuelve entonces un plan de
ataque sobre la plaza ocupada por Garujo. Carrera marcharía por los pueblos del
interior de Carúpano a entrar por la parte Sur de la ciudad; el Vicario y el
coronel Pérez, por el Este, es decir, por el camino de Puerto Santo y
Macarapana; y el general Gómez, con la escuadra atacaría por el frente o sea
por el puerto.
Para
el día 12 ocupa Gómez de nuevo a Carúpano sin disparar un tiro, porque sabedor
Garujo de los graves descala¬bros de la revolución en el centro y occidente de
la República y no encontrándose en aptitud de resistir con probabilidades de
éxito la extraordinaria combinación estratégica del general Gómez, evacúa la
plaza el 11, sale por tierra para Cumaná, sigue luego a Barcelona y de allí
pasa a Puerto Cabello llevando un fuerte contingente de tropas con que seguir
luchando, lleno de valor y de constancia, contra el mismo general Páez en
persona.
¿Pero
quién es este osado e intrépido coronel Garujo?
Véase
cómo pintan los historiadores de la Vieja Escuela la figura de ese militar, que
derramó su sangre por la indepen¬dencia de su patria:
Dice
Restrepo: “Garujo había sido Oficial de la escuela de Boves”.12
Dice
Posada Gutiérrez: “Pedro Garujo, venezolano, que había sido militar
realista”.13
Repite
Felipe Larrazabal: “Debo decir aquí para dar a conocer bien a Garujo, que había
sido Oficial español de la escuela de Boves”.14
Afirma
Ramón Azpurúa: “El venezolano Pedro Garujo, Oficial subalterno al servicio
realista en la lucha magna”.15
Amplía
González Guinán:
“Garujo,
resto del salvajismo español... Pedro Garujo fue un oficial que sirvió bajo las
banderas españolas. Terminada la guerra de la independencia quiso alistarse
entre los republi¬canos y halló fácil acogida en el Club de los exaltados que
reconocían por Jefe al General Santander. No tenía ilustración, pero era
despierto de ingenio. Era bien apersonado y tenía tendencias a la superioridad.
Sin principios sanos en el corazón, estaba dispuesto por todos los medios a
llegar al logro de sus propósitos. Amaba el delito y no era cobarde, sino antes
bien arrojado, circunstancia que le hacía temible. Hombre sin con¬ciencia
peleaba en estas filas y en aquellas otras. Ya lo hemos visto asaltando la casa
del Libertador, acuchillando la Guardia, baldando a Ibarra, matando a Ferguson
y huyendo luego a ocultar sus nefandos crímenes.
De
allí sale cuando ya la magna¬nimidad de Bolívar había suspendido la cuchilla de
la Ley, a denunciar a sus propios compañeros. Desterrado y sin derechos de
ciudadanía, osa acudir al Congreso de Venezuela en 1830 haciendo una larga
teoría en favor de lo que llama el tiranicidio, y el Dr. Peña propone que no se
considere la representación de “ese
hombre cuyo nombre no pronuncio por temor de equi¬vocarme”. Andan los tiempos y
cuando el militarismo cree que le arrebatan sus fueros clama por reformas
constitucionales y revuelve el lodo de las revoluciones armadas en 1835, y
surge Garujo, como las algas del fondo de los turbulentos mares, a insultar la
patria con la prisión de Vargas, aquel Presidente hombre de bien. Y más luego
cuando el servicio de la malhadada revolución lo lanza fuera de Caracas, va a
Cumaná, va a Puerto Cabello, ataca a la ciudad de Valencia; derrótanlo aquí,
hiérenle y aprisiónanlo más allá; y cuando el Juez, severo representante de la
ley, lo hace conducir al templo de la magistratura, libre de prisiones, y le
hace cargo diciéndole:
—Se
os jzizga por conspirador; aquel reo implacable como el exterminio y sombrío
como el delito, responde:
Así
me llaman: si triunfo, me llamarían héroe!".
Véanse
ahora a continuación unos rasgos biográficos de este compatriota, que
rectifican las pinceladas de brocha gorda que sobre la figura de ese liberal
republicano han prodigado muchos escritores del país, inclusive algunos que se
dicen repu¬blicanos y liberales.
Nació
Pedro Garujo en Barcelona, en 1802. Fueron sus padres José Garujo y Juana
Hernández, calificada ésta y sus hermanas entre las mujeres más notables de la
Independencia nacional en las regiones orientales. La madre de Garujo era
hermana de Petronila Hernández, madre del general José An¬tonio Anzoátegui, y
por consiguiente Garujo primo de éste.
Perdida
la revolución en 1814 se vieron obligadas las familias patriotas a emigrar de
Barcelona. Juana de Garujo, ya viuda, y sus hijos se asilaron en Margarita,
donde permane¬cieron hasta 1820, año en que regresaron a la ciudad del Neverí.
Por
la parte masculina de la familia Hernández, su larga parentela estuvo compuesta
de servidores y de mártires de la causa patriota. Fueron hermanos de Garujo,
Francisco, Paula y Cristina Garujo. Francisco casó con Feliciana Alvarez,
Paula, con Gabriel Planchart y en segundas nupcias con Isidro Alvarez, deudo de
Feliciana, y Cristina, con el teniente coronel Francisco Torres, de los
oficiales de la Gran Colombia en el ejército que de orden del Libertador se
organizó en 1824 y marchó al mando del coronel José Gregorio Monagas. Todos
ellos eran nativos de Barcelona. El comandante Isidro Alvarez había sido hecho
prisionero de los realistas en 1817 y conducido a las mazmorras de la Habana y
luego a las de Ceuta, de donde alcanzó su libertad en 1834, con motivo del
indulto de los presos políticos dado al subir al trono de España Isabel II.
De
distinguida posición social, como que estaba Garujo emparentado con gran número
de las más honorables familias patriotas de la localidad. Empieza sus primeros
servicios mili¬tares en la causa de la Independencia desde muy temprana edad,
como aspirante en el batallón Orinoco, a las órdenes del general José Francisco
Bermúdez, cuando la campaña emprendida en 1821 desde Oriente sobre la capital
de la República. El joven Garujo en el transcurso de esa campaña se hace notar
por su inteligencia y varonil arrojo, como lo hace constar el Jefe del Estado
Mayor expedicionario en el parte de las operaciones.18
Asimismo,
en 1823, cuando la toma de Maracaibo por el general Manuel Manrique, siendo
subteniente del mismo batallón. En esa acción de armas recibe Garujo una herida
y aquel jefe en el parte oficial menciona con elogio su nombre entre los de los
oficiales que por su bizarría se distinguieron en la jomada.19
Después
pasa a Bogotá a servir como Oficial en el Estado Mayor General con el grado de
Capitán, de manera que todos sus servicios militares hasta el triunfo de la
República, fueron hechos en el seno de la causa patriota.
“De
ilustración poco común en aquellas épocas, sabía muy bien el francés y el
inglés y era conocido como hábil matemático; debió poseer también notables
conocimientos en ciencia militar, o por lo menos así lo sugiere el hecho de
haber sido nombrado Director de la Escuela Militar que se había proyectado
fundar en Bogotá”.20Cuanto por la circunstancia de que el general Córdova, el
héroe de Ayacucho, con ser tres años mayor en edad, recibía de él lecciones de
geometría,21 de francés y de inglés.22
Persona
culta y de agradable presencia, delgado de cuerpo, de color blanco pálido, ojos
garzos y de escaso bigote rubio. Su estatura: cinco pies y una pulgada.23Pulcro
en el vestir, andaba siempre de guantes. Fácil para concebir y rápido para
ejecutar. Hombre de acción y de gran valor personal, por sus servicios
militares, por su condición de venezolano y por sus brillantes aptitudes
intelectuales, al regresar Bolívar del Perú en 1826 para venir a Venezuela, le
deja en el Estado Mayor General como Ayudante y luego le asciende al grado de
Primer Comandante de infantería.
Disuelta
dos años más tarde la Convención de Ocaña y echado el Libertador-Presidente en
la senda de su más tre¬menda dictadura. Garujo, joven de veintiséis años,
impetuoso, honrado en sus ideas, trama en unión de otros jóvenes, la
desesperada conjuración de la noche del 25 de setiembre, para arrebatar el
poder al inmortal Bolívar, para apartar de cual¬quier manera al hombre que para
esos años aparece ejerciendo una insoportable tiranía, que rompe la
Constitución que juró inviolable por diez años; que disuelve la famosa
Convención, indignado ante la impotencia a que le reduce la mayoría de los
convencionales. Y ya en ejercicio de la Dictadura, declara la guerra al
Gobierno del Perú; se alía con el Clero; restablece los conventos de
religiosos; declara religión oficial del Estado la Católica, Apostólica y
Romana; nombra para miembro del Consejo de Gobierno al Arzobispo de Bogotá;
restablece las Vicarías y Capellanías en el ejército; prohíbe el matrimonio a los
militares sin orden expresa del Gobierno; decreta el levanta-miento de un
ejército de cuarenta mil hombres. Y no para allí, sino que va hasta resucitar
odiosas leyes de la Colonia inade¬cuadas ya en los dominios de la República,
por cuyo triunfo se habían consumado tantos sacrificios de todo género en el
transcurso de catorce años; que impone una contribución pecu¬niaria a los
indígenas; qué restringe la instrucción popular y establece que en los
Conventos se hagan estudios superiores. Y va más lejos aún suprimiendo las
Municipalidades, persi¬guiendo a la Masonería y a las sociedades secretas y
ahogando, en fin, la libertad de imprenta...
Aquí
es de advertir que desde que empiezan a conocerse las tendencias de los hombres
del gobierno, los que aparecen como adversarios de ellas —tanto de dentro como
de fuera del círculo oficial— y quienes reconocen por jefe al general
San¬tander, comienzan a prepararse con el fin de contrarrestar en lo posible
tal estado de cosas. Al efecto, corriendo el mes de junio, el inteligente
coronel Ramón N. Guerra, Jefe de Estado Mayor y joven de veintisiete años,
junto con Garujo, el doctor Agustín Horment y el joven Wenceslao Zuláibar, se
constituyen en Junta de Observación. Esta Junta procede con gran cautela y
discreción a encauzar la opinión y a allegar partidarios. Así las cosas, tienen
noticias los directores de la expresada Junta de que uno de los militares, el
capitán Benedicto Triana, ha sido reducido a prisión y hecho algunas
declaraciones. Esto sucede a las cinco y media de la tarde del 25 de setiembre.
Tal información hace creer a Garujo y a los demás confabulados que se hallan
descubiertos, y violentamente proceden, en deter¬minación aconsejada por la
inminencia de un gran peligro para ellos, a asaltar el Palacio donde esa noche
duerme el Libertador, completamente ignorante de lo que iba a suceder y a quien
acompaña en esos momentos su amiga predilecta Manuelita Sáenz, por hallarse él
quebrantado en su salud.
Garujo
es el alma de la conjuración, que se trama contra la persona del Libertador a
las siete de la noche. Le acompañan
algunos
jóvenes miembros de la Sociedad Filosófica, entre ellos el inexperto Pedro
Celestino Azuero, de veinte años de edad, catedrático de filosofía del Colegio
de San Bartolomé, Floren¬tino González, de veintitrés años, catedrático de
Legislación en la Universidad; el doctor Ezequiel Rojas, de veintiún años, Luis
Vargas Tejada, Zuláibar, Miguel Acevedo, Emigdio Briceño, etc. También van el
impertérrito Horment y dos piquetes de soldados de Artillería. Ocupado el
Palacio por los conjurados, de once y media a doce de esa noche, después de
muertos los centinelas, el Libertador logra salvarse arrojándose por una
ventana y va a ocultarse en los barrancones del río San Agustín. Garujo de un
pistoletazo mata al coronel Ferguson, edecán de Bolívar, quien venía en cumplimiento
de su deber al lado de su glorioso jefe. Andrés Ibarra, otro edecán, resulta
herido. Azuero recibe un sablazo al acometer valientemente a la guardia de
prevención, a la que rinde Garujo. Este, fracasado el criminal propósito, bajo
el aprecio y protección de su amigo Fray Tomás Sánchez Mora, se esconde en el
convento de Dominicos de la ciudad.25
Aprisionados
casi todos los conjurados asaltantes y hasta muchos que nada sabían del
atentado, sino simplemente por no ser simpatizadores con los procedimientos
dictatoriales, ni aplau¬dir los hechos irritantes de los militares en servicio,
son juzgados breve y sumariamente por un tribunal especial nombrado al efecto,
que reemplaza a los del Consejo de Guerra compuesto por los generales Rafael
Urdaneta, Córdova, París y Ortega y los abogados Joaquín Pareja, Francisco
Pereira, José Alfonzo, Ma¬nuel Alvarez y José Joaquín Gori.26Pero Urdaneta es
Ministro de Guerra y debe conocer de las sentencias que dicte tal Consejo.
Bolívar designa entonces a Córdova para que interinamente se encargue del
Ministerio, mientras Urdaneta queda nombrado Comandante general del
Departamento y es entonces cuando se designa el tribunal especial para conocer
de las causas de los conspiradores. Urdaneta lo preside y se compone del coronel
Tomás Barriga y Brito, del mencionado doctor Pareja, como auditor, y Mateo
Belmonte, de secretario. Este inexorable tribunal, bajo la directa inspiración
de Urdaneta, procede con terrible celeridad a tomar sumarísimas declaraciones y
en varios casos, sin prueba alguna respecto de los sucesos de la noche del 25,
a dictar horribles sentencias de degradación y de muerte, tales como las que se
estampan contra el Almirante Padilla, víctima propiciatoria y perfectamente
ignorante de la conju¬ración, y contra el coronel Guerra, ambos eminentes
servidores de la Independencia de Colombia. Ni Guerra, ni Padilla y menos
Santander ninguna participación puede en justicia acha¬cárseles en los asuntos
verificados en esa noche. Sus respectivas sentencias son sólo fruto de las
pasiones en efervescencia, escudadas arteramente en disposiciones de la ley
arbitrariamente impuestas.
Ciertamente,
Garujo, y todos los militares en servicio que tomaron participación en los
hechos ocurridos en esa noche, bien merecen la punición correspondiente, pero
de ninguna manera el vengativo deseo de aplicarles la extrema, porque además de
que nadie tiene derecho de arrebatarle la existencia a un ser humano, la misma
ley establecía otras penas. Y la paz imperaba en el país y por sobre todo eso,
cuando ya dejaban mucho que desear los procedimientos antirepublicanos de los
hombres del Gobierno.
El
30 de setiembre, cinco días después de haber abortado la criminal conjura, son
fusilados: Horment, Zuláibar, Galindo, Rudecindo Silva e Ignacio López; el 2 de
octubre son conducidos al patíbulo vestidos de gran uniforme, el almirante
Padilla y el coronel Guerra, se les degrada en la plaza pública, se les fusila
e inmediatamente, para colmo de horror, se ahorcan sus cadá¬veres a semejanza de lo que hicieron los realistas
en Nueva Granada en 1816, cuando fueron ahorcados los cadáveres de los
eminentes patriotas mártires Camilo Torres, Manuel Rodríguez Torices y Custodio
García Rovira. El 14 del mismo mes son pasados por las armas: Azuero, Juan
Inestrosa, Fernando Díaz, Isidoro Vargas, Francisco Flores, Calasancio Ramos, y
Miguel La Cuesta. Total: 14, siendo de fijar la atención, que todos, inclusive
el último soldado, murieron desplegando un valor estoico y no arrepintiéndose
del atentado. Y así iba el inútil derrama¬miento de sangre, hasta que, al fin,
ante la consternación social y hondo general desagrado, Bolívar se ve precisado
a detener la dolorosa extinción de vidas, contra la cual reclama Garujo desde
su escondite en representación dirigida al Libertador- Presidente. 81
Ofrécese
entonces a Garujo salvoconducto si se presenta y declara cuanto sepa referente
a la conspiración, con el adita¬mento de que su vida sería respetada. Garujo se
presenta después de haber recibido el pase, y acto seguido queda detenido de
orden de Urdaneta y aprisionado y engrillado. Pero no lo abandona un momento la
entereza de su carácter. Declara en distintas audiencias de aquel terrible
tribunal cuanto sabe a los particulares que se le piden. La indagación, si así
pueden llamarse las argucias tendientes a ver de lograr que aparezca
comprometido el general Santander, fracasa en su empeño. Garujo dice cuanto
sabe y cuanto ha hecho. Asume la responsa¬bilidad del atentado de esa noche, no
lo excusa y en sus declara¬ciones se refiere a Horment, Zuláibar y Guerra,
quienes ya estaban muertos y enterrados. No consta en las actas del proceso que
hubiese denunciado a sus compañeros. El tribunal en su impotencia, o mejor
dicho, Urdaneta, se conforma con
no
sentenciarlo a muerte sino a degradación y expulsión; pero se le mantiene
preso. Después de varios meses sale de Nueva Granada y se le encierra en el
castillo de Puerto Cabello, donde permanece hasta 1830. En ese año representa
ante el Congreso Constituyente de Venezuela, quien le pone en libertad, le
reintegra en sus grados militares y en el pleno goce de sus derechos civiles y
políticos. Llega a Caracas y publica un folleto sobre asuntos de índole
histérico-política. Después pasa a Río-Hacha. Allí en unión del gobernador
Antonio Cataño trama una revolu¬ción, a principios de octubre, contra el
Gobierno usurpador y dictatorial que preside Urdaneta, empezando por declarar
incorporada transitoriamente la provincia granadina al territorio venezolano.
En plebiscito celebrado el 3 es aclamado y recono¬cido como Coronel jefe de las
tropas que se han organizado. A poco sale en campaña al frente de unos mil
hombres a com¬batir en la Uagira al entonces coronel José Félix Blanco, el
famoso Vicario de Ejército en 1817, y ahora uno de los soste¬nedores del
Gobierno de Urdaneta.
De
regreso a Maracaibo, contrae matrimonio el 24 de enero de 1831, con Petronila
Vale Miyares, de distinguida familia zuliana. Vuelto el coronel Garujo a
Caracas, en ese mismo año, da a la publicidad otro folleto de la misma índole
que el anterior. Tres años más tarde funda allí El Republicano, perió dico en cuyas columnas ataca
rudamente la candidatura oficial del doctor José María Vargas, cuyo nombre en
realidad nada dice en los fastos de la epopeya emancipadora; pero a quien por
su saber y aquilatadas virtudes, y pensando acaso que bien podría manejarlo a
sus deseos, impone el general Páez en la Presidencia de la República.
Adversarios
de las dictaduras, de los personalismos y de las imposiciones del Poder,
Garujo, cuando la cuartelada del 8 de julio de 1835, aprovecha la traición del
batallón Anzoátegui y derroca en unión de otros el Gobierno impuesto por el
general José Antonio Páez. Después, desamparado por muchos de los comprometidos
en el movimiento revolucionario —que fácil¬mente se acogían a la voz de Páez—
las circunstancias le obligan a ser cabeza y nervio de la guerra, para ir a
batirse en casi todos los combates que se libran en ese año, y caer luego,
vencido, prisionero y con el pecho destrozado por el plomo enemigo, en la
acción de Paso Real, el 25 de diciembre, contra el mismo Páez.
Conducido
a Valencia, en donde se le abre juicio judicial, se le condena a muerte, más
que por los hechos que se le imputan, por efervescencia pasional... pero la
muerte, más caritativa a veces que la justicia de los hombres, antes de que la
crueldad del fallo legal se cumpliese, con un beso de paz cierra los ojos al
vencido para siempre, en la noche del 31 de enero de 1836. Tanto en el proceso
de ese año cuanto en el de 1828, él mismo había hecho su defensa ante los
jueces que le sentenciaron. Ambos procesos existen: uno en Bogotá, el otro en
Valencia. Es de lamentarse que aún no se hayan publicado.
Muerto
Garujo, ninguno de nuestros historiadores se ha ocupado en verificar la
veracidad de cuanto se ha dicho y escrito sobre su actuación, y se han
contentado, por considerarlo más cómodo, copiarse automáticamente los unos a
los otros hasta los días que corren. Asimismo tampoco los miembros de su
distinguida familia se han preocupado ni poco ni mucho por presentar en su
verdadera fisonomía social, intelectual, política y militar al procer coronel
Garujo.
He
allí un hombre, cuya escabrosa vida de treinta y tres años, fue constante
exhibición de ecuanimidad de carácter, atri-bución del espíritu humano tan
olvidado en nuestros tiempos. En aras de sus convicciones republicanas jugó la
vida en 1828 contra el formidable poder dictatorial del Gran Libertador; en
1830 contra el Gobierno de la Dictadura de Urdaneta; y en 1836 rindió la vida
en lucha contra otro poder no menos for¬midable, el de Páez, árbitro de los
destinos de Venezuela desde 1823... Pero reanudemos el relato de los sucesos.
Vol¬viendo al general Manuel Valdés, después que fue aprisionado en Margarita,
se le embarcó para las mazmorras de La Guaira, se le degradó y finalmente se le
desterró, saliendo para el ostracismo.
Pacificado
el país y consumados los terribles decretos de degradaciones, confinamientos,
expulsiones y de pena capital, salieron del territorio patrio no sólo Valdés
sino gran número de quienes tomaron armas en el movimiento reformista. Pero
desde luego se afianzó más y más en ellos el firme propósito de continuar
haciendo la contraria a Páez, cuyas omnímodas influencias ponían y quitaban
Presidentes en Venezuela.
Así,
en nuestro concepto, son los reformistas quienes constituyeron el núcleo en
cuyo seno vino desde entonces incu-bándose un partido de oposición, que empezó
a condensar cinco años después, sin pensar para nada en ir a ventilar el
triunfo de sus ideales en los campos de batalla. Ese partido, que se denominó
liberal, encontró en los cantones de Carúpano, Río Caribe y Güiria, grande
oposición, porque eran intensos el entu¬siasmo y la afección que entre la mayor
parte de la clase directora de sus moradores despertaba el nombre del Ciudadano
Esclarecido...
Antes
de proseguir debemos hacer mención de un acon-tecimiento que perturbó
hondamente la ciudad y pueblos del interior, en 1836.
Con
motivo del asesinato del Procer de la Independencia teniente coronel Ignacio
Brito Sánchez, que había sido de los reformistas, se siguió juicio criminal a
los que aparecían com-plicados, entre ellos, a Carlos Zapata, quien se hallaba
preso en Carúpano. El hecho delictuoso había ocurrido en El Rincón, y Zapata y
los otros indiciados habían sido de los que habían apoyado al Gobierno contra
los Reformistas. El proceso seguía su curso en el seno de la Ley, hasta que el
20 de junio de aquel año se aparecieron por las afueras de la población más de
quinientas personas reunidas entre los vecinos de El Rincón, Pilar, Tunapuí,
etc., encabezados por el famoso Vicario Pérez Matamoros, por el comandante Luis
López y por José Manterola, quienes habían sido actores decididos en favor del
Gobierno, a las órdenes del general Francisco Esteban Gómez.
Amotinado
este concurso de hombres, reclamó de las autoridades de Carúpano la libertad de
Zapata, acompañando la petición con serias amenazas de hacerlo por la fuerza si
no son complacidos. Ante la gravedad de la situación y en vista de que en la
plaza no existe guarnición alguna, el Jefe político José Nicolás Salazar
Vetancourt, acompañado del Cuerpo Municipal y de algunas otras personas
importantes, entre ellas el coronel José Loreto Arismendi, conferencian con
quienes presiden el movimiento y acceden a lo que quieren, a fin de evitar
mayores calamidades, reservándose consultar con las autoridades supe¬riores el
insólito caso. Y queda en libertad el reo.55Zapata goza del cariño del general
Páez, de quien en la acción de Paso Real contra Garujo, el León de Apure
calificó de heroica su conducta.
Antes
de proseguir, publicamos a continuación una nó¬mina de los sacerdotes que
ejercieron funciones en Carúpano, a contar desde 1800 hasta 1867.
1800-1804
— Maestro Juan Francisco Lozano.
1804-1809
— José Vicente Gómez.
José
María Márquez, en 1805.
1809-1815
— Domingo Vásquez, Mariano de Oriach.
1815 — Manuel Ortiz.
1815-1816
— Juan Bautista Molinar.36
1817-1819
— Juan Manuel Alvarez Egido.
1819-1821
— Santiago Ramón Respaldiza.
1821-1853
— Juan Bautista Molinar.
1853-1854
— Pedro José Magne, francés, Juan de Figueras.
1854-1862
— José Facendini.
1863-1867
— Manuel M. Loaiza, José María Arroyo, Próspero de Aurquía, José Facendini,
Salo-món Bermádez, Juan
de Figueras.
Imágenes tomadas por: Pedro Alcázares.
Digitalización del libro: Pedro Alcázares